Gran Hotel La Perla

O de un lugar en Pamplona que guarda alegrías para mitómanos y vividores.

La llave del reino

Si al Gran Hotel La Perla y a su vigía, Rafael Moreno, tuvieran que hacerles un torerísimo cartel de feria, debiera ponerse con tipografía bien chulapa, “tres siglos, cuatro generaciones y cinco estrellas de gran trapío”, pues en la regencia del establecimiento que preside la Plaza del Castillo en el mismísimo reino de Navarra, se invirtieron a lo largo de su extensa historia muchísimas horas robadas al sueño para satisfacer el reposo y los apetitos de millones de clientes: sus propietarios lucharon siempre como auténticos jabatos persiguiendo la excelencia en la atención al huésped.

Ahora pónganse en situación e imaginen tan magno Hotel en mitad de la Gran Vía madrileña, en plena Via Vittorio Veneto romana, recostado frente al obelisco de Austerlitz en la parisina Place Vêndome número quince o en Singapore, plantado en la Beach Road número uno, junto al mismísimo Raffles; ahí estaría, sí señores, dando la talla, hecho un verdadero dandy, con su buena planta, desembarazado y airoso, auténtico galán de los pies a la cabeza.

Los buenos hoteles, como los trenes en marcha, los cafetines de madrugada o las carreras de caballos, siempre me parecen escenarios muy literarios y por eso disfruto de lo lindo allá donde puedo en todos los que se cruzan en mi camino, perdiendo los papeles por dormir en aquellos que aparecen en mis libros favoritos. Cuando viajen, definan el rumbo que han de tomar siguiendo la estela de los hoteles más castizos, que como nuestro protagonista, abriga el esplendor de las casas más legendarias; tomarse un Dry Martini en el Claridge’s, beber té helado en el HK Mandarin Oriental o morder un Sandwich Club en una terraza de La Croisette en pleno Carlton, son aventuras arriesgadas que les dejarán el bolsillo tieso por un tiempo, pero divertido cosa fina, pues terminarán de la mano de una atractivísima bailarina polaca, abrazados a un marino mercante bigotudo, durmiendo con una cabaretera tuerta, cantando a lo Sammy Davis Jr. o corriendo un encierro en mitad de Estafeta, con pantaloneta blanca y faja roja, agarrando de la mano a una noruega.

Una leyenda más vieja que la Mañueta cuenta que un tipo entró hace muchos años al GHLP y pidió hablar con el rey;  «¿con cuál de todos ellos?», le contestaron cortésmente, pues sólo en una joya situada desde hace 128 años en plena Plaza del Castillo puede haber más de un rey descansando o echando un trago sin que se note demasiado.

¿Se han quedado alucinados? Pues les advierto que es como uno se queda cuando cruza el umbral de la puerta y se da de bruces con Rafael Moreno, cuyo cometido fundamental es intentar que cada uno de ustedes disfrute y sienta el sabor de la historia escrita en los muros de la casa; muchas habitaciones las dedicaron a clientes ilustres y viajeros que encontraron acomodo y trato distinguido como los reyes Alfonso XII y XIII, Cayetano Ordóñez, Julián Gayarre, Mariano Benlliure, Ignacio Zuloaga, Charles Chaplin o Imperio Argentina; todos ellos y muchos otros protagonizaron anécdotas regaladas para siempre a la ciudad, que Rafael refresca y entrega peinadas a quien atiende, manteniendo fresco y vivo cualquier instante ocurrido en su casa; Pablo Sarasate obsequiaba a la ciudad con un concierto desde uno de los balcones, dando así por iniciadas las fiestas de San Fermín; a Orson Welles, tras el rodaje de una de sus películas, se le olvidó pagar la factura; Manolete nunca consintió que su cuadrilla durmiese en otro hotel y su habitación, hoy, es la preferida de Joaquín Sabina, mientras la guarida de Hemingway se conserva tal y como la dejó el norteamericano, con los mismos bronces de los armarios y su vieja estufa.

Si el doctor Livingstone tuviera que entrar en esta casa con porteadores y elefantes llevando bultos y macutos en volandas, podría hacerlo tranquilamente hasta los mismísimos cuartos de baño, pues la amplitud de las instalaciones es lujo jamás conocido; en las bañeras pueden nadar cachalotes del Índico, en las duchas -¡qué chorrazos!- hay espacio para montar cómodamente hasta una tienda de campaña y las camas son verdaderas pistas de aterrizaje, eso sí, asfaltadas de finísimo hilo y algodón egipcio: da gusto ser explorador y que la recompensa sea dormir entre sus sábanas.

El GHLP está hoy más moderno que nunca, pues todo un despliegue de tecnología y comodidades tras años de obras les permitió recuperar uno de los rincones más entrañables de la ciudad, el restorán “Hostal del Rey Noble”, que durante más de sesenta años regentaron las pocholas, y que administran hoy Arantza Sagastibeltza en la sala y Alex Múgica en la cocina.

Aquí les hablé de la llave del reino 
y en el reino una ciudad, ya saben, 
en Pamplona hay una Plaza,
 en la Plaza está La Perla, en La Perla hay una puerta
 y un pomo que da a una escalera que sube al paraíso,
 en el paraíso tienen cama,
 y sobre ella soñarán, duerman, duérmanse en su cama, 
en el paraíso, y cuando despierten, bajen la escalera
 que sigue a la puerta y al pomo,
 en La Perla, que está en una Plaza de Pamplona, que es ciudad de un reino.

No esperen más, llamen y reserven.

Gran Hotel La Perla

Plaza del Castillo 1

Pamplona-Navarra

Tel.: 948 223 000

www.granhotellaperla.com

direccion@granhotellaperla.com

COCINA Todos los públicos

AMBIENTE Lujo

¿CON QUIÉN? En pareja / En familia

PRECIO Habitaciones desde 130 €

1 comentario en “Gran Hotel La Perla

  1. Josefa María Setién

    David: Que sugerente todo lo que has escrito sobre el GHLP de Iruña. Verdaderamente dan ganas de ir. Aunque sea a tomar un café o un té. Porque dormir, dormir, creo que pensando lo que tendría que pagar a la mañana siguiente no podría conciliar el sueño.
    Gracias David por hacernos participar de tu talento.

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