
El gallego de Trintxerpe
Los patriarcas de esta casa se jubilaron y pasan felizmente sus días de retiro en su Galicia natal, tomándose su tiempo para bajar a la huerta, hacer compras en el mercado, preparar la comida y echarse reparadoras siestas para terminar el día con ensalada de tomate y cebolleta, tortilla francesa de tres huevos y un poco de televisión antes de acostarse. Sus hijos, Sonia e Iñaki, tomaron hace algunos años las riendas del negocio familiar, lidiando con los tiempos modernos, sus inconvenientes y los cambios que experimentó el barrio, que sigue siendo castizo a más no poder, pero ni por asomo es aquel “Las Vegas” de los años del destape, en los que la vida era un auténtico circo de tres pistas con varios domadores y animales salvajes.
Toda Eibar, la irunesa calle Fuenterrabía o la “Gran Vía” de Trintxerpe fueron por aquellos días lugares de curro, ocio y disfrute en los que corrían baldes de champán, las cortadoras de jamón rebanaban el entonces llamado “jamónjabugo”, y viveros y vitrinas expositoras se petaban de chuletas, cuartos de cochinillo y corderos, pescados desproporcionados y bogavantes, langostas, nécoras o cigalas desafiando las leyes de la gravedad, levantando antenas y pinzas al cielo como los varales que sujetaban los curas para sacar de paseo a Franco bajo palio, vestidos de faralaes, con esos volantes de plata que tanto gustan a las “marilocas” del clero.
Esas décadas prodigiosas quedaron grabadas en los archivos del NO-DO, locutadas por Matías Prats padre, y la pulpería Romeral fue testigo y ahí sigue, manteniendo su dignidad de taberna sin pretensión en la que puedes echar un trago, trincar raciones o apalancarte a almorzar. Es curioso que la sobriedad gallega haya gestado mentes tan fantásticas como las de Álvaro Cunqueiro, Wenceslao Fernández Flórez, Josemaría Castroviejo o tantos otros, padres de una literatura fabulosa que llenó el paisaje gallego de un profundo lirismo habitado por faunos, señores feudales, caballeros de la santa compaña o almas en pena vagando de madrugada. Siempre pensé que la austeridad de la cunca de vino o de un plato de loza con un pedazo de cerdo hervido pringado de pimentón les haría volar la imaginación, pues un gallego se siente poquiña cosa y se desquita echando el resto sobre el folio, cabalgando olas en la mar o tocando la gaita o la zanfoña.
Mi abuelo paterno Manuel fumaba Habanos con boquilla y jamás comía pescado recién frito, se lo cocinaban de víspera y lo jamaba al día siguiente, poniéndose de mal gas si algún incauto lo recalentaba en aquellos microondas primitivos que parecían una Ara Pacis romana. Enrollando una filloa de sangre con azúcar o dándole un tiento a un aguardiente, nos largaba historias hermosísimas e inventadas de galeones cargados de tesoros o las luchas entre los dos reyes Alfonsos o la derrota de un mariscal napoleónico llamado Ney, que bajó muy farruco desde Pontevedra con su tropa para merendarse Vigo y le limpiaron el forro. Arrancabas a comer con apetito como un pura sangre árabe y llegabas al postre como un percherón desfallecido, y el abuelo nos reprochaba que parecíamos Ney, aprovechando para largarnos de nuevo la batallita, con pelos y señales.
Así que un pueblo que levanta pazos versallescos, jardines de ensueño, el mismísimo Obradoiro, las iglesias de San Martiño de Ourense, de Noia, de Mera o de Castañeda en la borrachuza Ribeira Sacra y es capaz de proyectar el poderosísimo puente de Rande, desenmascara su espíritu en tascos como Romeral, austero, sin floripondios y sin las señales propias de los bares que enseñan el plumero a través de cuadros, banderas, escudos heráldicos o azulejos con refranes y ridículos dichos populares. A lo sumo, una máquina tragaperras que no calla hasta vaciarle la cartera a algún incauto. Trabajan tres personas y cuando se acaba la faena o la mandanga, vaciándose pucheros o quedándose tiesa la bandeja en la que hornean la empanada, chapan y mañana será otro día. Sean pacientes, no se frustren si llegan y están bajando la persiana, asomen la cabeza, pidan una tarjeta con el teléfono, llamen la próxima y a otra cosa, mariposa. La carta está escrita con tiza sobre la pared y es parca en palabras como las monjas de clausura que venden confites tras un torno. Croquetas. Empanada de bacalao con tomate o de carne o de lo que “haiga”. Pulpo gallega y vinagreta. Cachelos. Jamón asado. Lacón cocido. Oreja cocida. Patatas fritas. Grelos. Tarta Santiago. Tarta de queso. Tetilla membrillo. Tarta al whisky. Para beber, Ribeiro, Albariño, tinto del año, verdejo, refrescos, sidra y agua. No hay más, contigo Tomás. Esta casa sigue en su sitio, invisible para los apresurados y los que buscan lugares de moda. Como en el Harry Potter de J.K. Rowling, solo llegas a Romerales Alley desde Trintxerping´s Cross si lo mereces, sabes lo que vale un peine y estás hasta el moño de garitos huecos llenos de chorradas para pijos y boca chanclas. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Romeral
Araneder 2 – bajo – Pasai San Pedro
T. 943 399 081
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos
PRECIO ***/*****










