El aperitivo irunés con solera
Desde 1965 campea en la Plaza del Ensanche, antigua Plaza de España, este templo del papeo para tomar un piscolabis que se inauguró cuando Irún era una especie de Las Vegas lleno de prosperidad y posibilidades, pues casi todo estaba aún por hacer. No olvidamos la frontera custodiada por Policía Nacional y carabineros y la bonanza que eso suponía para agentes de aduanas, maestros del estraperlo, buscavidas y todos los que trapicheaban con cualquier tipo de género que se traía escondido bajo las alfombrillas del coche, en el doble fondo oculto de una furgoneta o a lomos de una bicicleta, pues mi madre nos contaba de niños que pasaba preciosas telas abrazadas al cuello, silbando y sin darse demasiada importancia, pedaleando y haciéndose la sueca.
Y así Irún se fue tiñendo de color después de unos desgraciados años de hambre y penuria por ser zona castigada en las sucesivas guerras y todo el dolor acumulado se fue convirtiendo en riqueza, prosperidad y abundancia. Si quieren olfatear la crónica de aquellos días desgraciados, lean las memorias familiares de Julio Caro Baroja, preciosamente editadas por Caro Raggio, con su moraleja demoledora: “Todos nos hundimos en una charca y al salir de ella, los que salimos, hemos quedado manchados o tarados para siempre”. Se inauguraron muchos negocios de transporte, colmados, ultramarinos, almacenes de pertrechos y lonjas destinadas a guardar todo lo que aterrizaba a lomos de un camión o de las viejas locomotoras de la Renfe. El ambiente olía a chocolate y avellanas de Elgorriaga, a pan recién horneado de Recondo, a pellejo chamuscado de cerdo y de cordero del matadero Montero y a todo lo que cada uno recuerde, herramientas Palmera, Porcelanas del Bidasoa o tantas otras.
El bar Real Unión está en el paisaje de mi infancia y adolescencia, a dos pasos de la vinoteca Mendibil de Iñaki y Miguel, de la consulta del doctor Thalamas, frente al bar Disco, la mítica Canasta con su barra y butacones “pomporé”, el Tino, la desparecida pastelería Jai y aquel despacho de pan en el que los chavales hacíamos cola para pillar bocadillos de chorizo, mortadela baratera o paté picantillo, ¡aúpa Araquistain! Presumíamos del mercado de abastos de República Argentina, nos derretíamos con la cabeza de jabalí de Urbano Goñi, los puestos de caza petados de liebres, palomas y perdices y aquellas caseras apalancadas en las escalinatas con sus tenderetes navideños de planchas de corcho, musgo y ramas de acebo para montar el nacimiento. Y a dos pasos de los fritos y las tortillas de David Vértiz, el sheriff que gestiona hoy el “Unión”, estaban el Ilargi y su billar en un ambiente porreta bastante civilizado, el Old Song con sus espantosos tragos de cerveza con “pipermín”, los bailables en el “Strawberry”, los cortes de pelo con charleta decimonónica y abrótano macho del gran Josemari Arina Zapata y la colosal Bloody Mary, que pilló el relevo a templos del vinilo como el Centro Musical Irunés o Unión Radio Irún, ¡viva Luis Mariano y sus violetas imperiales!
La excusa para colarse en el establecimiento que hoy nos entretiene era acompañar a mi difunto padre a echar las cartas en aquellos buzones de correos relucientes y pulidos con Netol, plantándote ante aquella barra altísima e imponente como la proa del Nautilus, pues las tascas venerables mantenían ese efecto de superioridad frente al cliente, chiquito y sumiso a la mirada del barman. Porque este tabernáculo es un bar de aperitivo que reúne a todas las generaciones en torno a una ración de calamares, una pila de torreznos crujientes y jugosos o la mejor tortilla de patatas. Al heredero del tinglado que hoy lo pilota no le faltan recursos de viejo zorro ni formación, pues estudió en la desparecida escuela de Luís Irízar y tuvo a Josetxo Lizarreta de profesor, dictándole los rudimentos básicos de este oficio hostelero, que podríamos resumir en “chorradas cero”. Es un hervidero de gentes que vienen y van a tomarse su café, su tentempié o a comentar el último partido del Stadium Gal, “el gol de la victoria Echeveste lo ha metido, rumbala rumbala rumba, la rumba de la Unión”. Triunfan el gambiqueso frito con beicon, la croqueta de jamón, el buñuelo de morcilla o de bacalao, las bolas picantes y quesos, el mejillón relleno de los que chupas el empanado de la cascarilla, la gamba gabardina o más metidos en faena, la “sartenica” de huevo con chorizo y patatas o las carrilleras estofadas. Las raciones incluyen monumentos nacionales como piparras y pimientos verdes fritos, jamón ibérico, patatas fritas con salsa casera, bravas, ensaladilla rusa o mejillones de roca. Los bocatas también son superiores, lomo con queso y pimientos, tortilla de patatas y pechuga de pollo con todas las combinaciones posibles. Están en peligro de extinción, pero aún quedan bares decentes como el gran Real Unión. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Bar Real Unión
Cipriano Larrañaga 1 – Irún
T. 943 61 50 23
@barrealunion
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca modernita
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****