Rekondo

Un restorán irrepetible

Escribo esta crónica estando de vacaciones los del Rekondo, sabiendo que cuando salga a la luz y se publique, el gran templo de la donostiarra subida a Igueldo estará abierto ya al público y su equipo trabajando y podremos comer y beber y disfrutar y celebrar la vida y pasarlo teta. Así viene siendo desde hace mucho, porque han llovido chuzos de punta desde que aquel caserío en el camino a Orio por la costa fue transformándose poco a poco en peripuesto asador, dejando atrás su condición de casa de labranza y convirtiendo sus cuadras en comedores, barra de bar y parrilla para asar carnes y pescados.

Me voy por los cerros de Úbeda para confesarles que también ahora que ustedes leen esta brasa que les redacto con mucha hambre, dejé atrás mis dos meses anuales de dieta desintoxicante en los que me forré a verdura y todas sus variantes crudas y cocinadas, guisos, sopas, estofados y ensaladas con vinagretas virgueras, pues aunque no lo crean, el mundo vegetal permite un abanico de recetas la mar de interesantes. Que para algo uno es cocinero de los buenos y le saca el gusto hasta a un tarugo de madera. Así que está en mi lista de deseos -que se habrá cumplido cuando me lean, ¡aleluya!-, volver a beber una copa de vino o comer una tostada de pan con aceite de oliva virgen extra y sal, ¡qué maravilla! Pero mi feliz reencuentro con el alimento se extiende a otras golosinas simples y suculentas como la morcilla cocida de cebolla de Beasain, el jamón ibérico, el queso graso de oveja, la tortilla de patatas, la tortilla francesa, ¡bendita de entre todas las tortillas!, los huevos fritos, la merluza de Cedeira rebozada, las kokotxas al pil pil, el pollo y el cordero asados, comer fruta, ¡muero por un caqui, una naranja o una mondarina!, papearse a degüello un lata de bonito del norte en aceite o de mejillón en escabeche y un muslo de pato confitado, escurrido y dorado en el horno con muchas patatas fritas. No hay momento más feliz en el año que dejar atrás el empapuce, enfilar la vereda tropical y reencontrarse de nuevo con el alimento. Hacer tabula rasa y volver a empezar es la bomba de neutrones.

Por eso hay ganas locas de volver a muchos restoranes favoritos y reseñados todos estos años en estas crónicas del ”ñampazampa” y dar debida cuenta de pescados asados con su refrito o carnes rojas a la parrilla, pastas, pizzas, bocadillos y esos fritos suculentos que tienen al calamar, los picantes, los quesos y las croquetas como protagonistas principales de la fiesta del despelote, la sartén y la fritanga de categoría. Pero estamos hablando del Rekondo y de esa ceremonia de encajar el automóvil en su angosto aparcamiento junto a la gruta milagrosa de Lourdes-txiki y enfilar emocionados hasta esa terraza con sus plátanos centenarios, venerables y venerados por los patrones del establecimiento, que en un alarde de sensibilidad y delicadeza los han abrigado y entablillado para ahorrarles los achaques de la ancianidad.

Encontrarse al pie del cañón al gran Txomin y a su hija Lourdes es una bendición porque son garantes de esa hostelería guipuzcoana nada impostada y sin chorreras que da mucho gusto en las orejas. Están en su sitio y su misión es agradar y que te sientas el rey del mundo, nada más. A la chita callando van subiendo peldaños poco a poco, sin hacer ruido, modernizando las instalaciones y convirtiéndolas en el lugar soñado para los que quieren beber bien y comer de fábula. Atrás quedaron aquellos viejos comedores tapizados “old school” en los que lo pasamos como enanos comiendo ostras naturales y becadas asadas con sus tripas en los tiempos del destape y de Tierno Galván. Las sucesivas remodelaciones han convertido el lugar en un derroche de luz, confort y contemporaneidad, habilitándose nuevos comedores y reservados increíbles que rinden culto a una cocina de raíz modernizada y puesta al día por Iñaki Arrieta, que es la mejor pareja de baile para una bodega única en el mundo, reunida con mucho esfuerzo y un sentido del gusto y de la irresponsabilidad fuera de serie: los que franquean su puerta por primera vez no dan crédito a lo que alcanza la vista porque impacta el paisaje de botellas imposibles. No olviden los clásicos que siguen volviendo locos a sus clientes: el jamón y el lomo ibérico, la terrina de foie gras, la morcilla de Urt, las pochas con morros, la sopa de pescado, el arroz con almejas, el txangurro al horno, los pescados en salsa o a la brasa y esa chuleta escoltada por ensalada de lechuga, patatas fritas y pimientos del piquillo confitados. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Rekondo
Paseo de Igueldo 57 – Donostia
T. 943 212 907
rekondo.com
@rekondorestaurante

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO *****/*****

Deja un comentario