Bar Udane

 

Especialidad en banderillas y aperitivos

Los bares de barrio nos alegran la vida y todos podríamos elegir ese en particular en el que conocimos a nuestra primera novia, agarramos la primera chufa, vimos caer las torres gemelas o ganar la copa del mundo a la selección española con Xabi Alonso corriendo por la banda. A veces es el salón de nuestra propia casa, quedamos allá con los amigos o son el primer sitio en el que nos plantamos después de un largo viaje o una ausencia prolongada. Nos acomodamos, miramos a nuestro alrededor, comprobamos que todo sigue en su sitio, respiramos hondo, sonreímos, pedimos una birra helada y nos la pimplamos en dos tragos. Habría que darles el premio nobel de la dedicación y la paciencia a todos esos profesionales que nos aguantan desde tiempo inmemorial detrás de las barras, con su sonrisa dibujada de oreja a oreja, atentos a nuestros caprichos o a ese molestísimo chasqueo de dedos que algunos tontos del bote siguen haciendo, sin cortarse un pelo del flequillo.

Van cediendo terreno esas barras de zinc en las que algunos dormimos la moña o apoyamos los codos alelados, intentando ligarnos a la hija del jefe, copa en ristre y diciendo tonterías. El paisaje incluye el televisor a toda mecha con el informativo puesto, al vendedor de lotería, al bobo habitual, ese jubilado mañanero que no dice ni pío, las abuelas marchosas del vermú, el comercial con su cartera de cuero hecha unos zorros o ese grupo de profesores que a la misma hora toma su café cortado antes de continuar las clases en el colegio de pago de enfrente. Todo vale si no es impostado, pues no hay mayor pesadilla que el quiero y no puedo de esas tabernas gastronómicas de plexiglás que ocupan el lugar de muchos baretos perdidos para siempre. Tiempos modernos, que diría Chaplin.

“Udane” nace en 1987 con Esther y Miguel que venían de pegarse veinte años currando en el “Dax” de la república galega independiente de Trintxerpe. Se les unieron sus hijos, Iban y Mikel. Veinte años más tarde se jubilan después de estar currando como leones, Mikel trinca las riendas de la locomotora y lleva ya catorce años toreando como Morante de la Puebla. Por eso es un gustazo tropezarse con negocios familiares, chapados a la antigua y atendidos con ese calor de un patrón que sabe lo que se trae entre manos, pues pilló el volante de un establecimiento bien armado. No falla la cocina, pequeña como una caja de zapatos y pulmón imprescindible del que salen todas esas especialidades que nos vuelven locos. Lo mismo les da guiso que pincho, una ración, bocadillos, plato combinado, sándwich o gintonic de “bifiter” con sus pedruscos de hielo, bien servido y con su corteza de limón. Mikel es un todoterreno. Está para agradar y colmar la sed y el apetito de todo el que entra por la puerta a la hora que sea, pues sirve desayunos, almuerzos, comidas, meriendas o cenas reparadoras. Frugales, rápidas y con agua para los más siesos o bien curradas y generosas con su cubitera de hielos para los más parranderos que estiran las horas del día, evitando a toda costa volver a casa. Algunos dormirían en la calle, si pudieran.

Despachan pinchos de anchoílla en salazón y pimiento verde, de ensaladilla rusa y de esa “txaka” donostiarra que es más falsa que Judas Iscariote, pero el surimi aliñado cada vez me gusta más y es una cerdada similar al “Fosquitos”, al “Bailis”, al “Tigretón” o a las patatas “al jamón”, timbres de gloria de la civilización occidental. La tortilla de patata está muy jugosa y no lleva cebolla, pero la falta gravísima pasa desapercibida porque se sale del mapa gracias a unas patatas bien pochadas y fritas, cuajadas en su punto justo y sin soltar “babas” ni regueros de huevo. Hay “chorreras”, bolas picantes, croquetas, gamba gabardina, mejillón relleno y “gavillas”, que son fritos característicos de la hostelería que gustan a grandes y a pequeños, sin distinción. Todas estas chuladas bien hechas son las que nos ponían “palote” en las rondas de pinchos, antes de que se pusieran de moda los aguachiles, las pipetas, las jeringas llenas de líquidos fosforescentes y esos pegotes de rulo de queso de cabra con caramelo y vinagre de Módena de garrafa. El fogón es tempranero, arriman los pucheros bien de mañana y el pitorro de la olla exprés escupe vapor antes de que arranque la cafetera. Hierven caldos, rehogan sofritos, menean con garbo el pasapurés para dejar listas las salsas de callos, carrilleras, lengua de ternera o albóndigas y fríen cebolla en tiras y ajos para sepultar el hígado de ternera a la plancha. Asómense a saludar y recordarán esas escenas de infancia llenas de bandejas de filetes empanados y masas de croquetas. Nada emociona más que ver sartenes de hierro, coladores, cazos, freidoras humeantes y un cesto de barras de pan listas para escoltar raciones o convertirse en bocatas guarros, cerdos y pringosos. Todo esto es Udane, un bar de barrio en el que celebras la vida a cualquier hora del día. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Bar Udane
Avenida Isabel II, 6 Bajo – Donostia
T. 943 451 401

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Bareto de barrio
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****

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