Esta especialidad navarra de apellido futbolero es una joya virguera que lleva manufacturándose desde mucho antes de que Francisco Franco fuera corneta, pues allá por el 1870 unos maestros confiteros se sacaron de la chistera este pastelillo sin rival que vuelve locos a los morroputas del mundo entero.
Si siguen habitualmente estas crónicas del zampe, sabrán que soy un chiflado de todas esas especialidades antediluvianas que bajo variopintas morfologías, adoptan los sugerentes nombres de roscas, alfajores, pastas, cuaresmas, polvorones o mantecadas, como esta bomba borracha de manteca que por arte de pura magia, se deshace en boca delicadamente en vez de convertirse en un gargajo o mondongo intragable e incomestible.
Con un moscatel o un vinillo fortificado, en fina compañía y amable conversación, se sentirán hermanas de novela costumbrista de Jane Eyre, ¡vivan la enaguas y las bragas de cotón perlé!