Voy derechito a la cincuentena y a pesar de que los críos hace tiempo que me dicen “señor” por la calle, para mi macuto guardo esos recuerdos de infancia que me divirtieron tela marinera y que tuvieron como escenario tiendas de ultramarinos, tascas, restoranes con pedigrí, churrerías de barracas de feria y alguna que otra pastelería de postín.
Cuando la flota de pesca era abundante y las capturas fabulosas, Hondarribia presumió de la pasión desmedida por el dulce de los “arrantzales”, que arrasaban las pastelerías del pueblo en cuanto amarraban, poniéndose tibios todos los domingos de relámpagos, berlinesas, capuchinas, borrachos y tartas de manzana. Aún recuerdo la vieja pastelería Kai Alde y sus bancos dispuestos como gabinetes de viejo tranvía, ofreciendo sus especialidades a la calle San Pedro y a los que deseábamos sus gruesas tostadas apurando el café con exquisita bollería.
La familia Díaz es muy disfrutona, les lucen las vitrinas y se adaptaron a las exigencias de los nuevos tiempos manteniendo la esencia de una buena manufactura y esa atención calurosa, pues da gusto entrar allá a comprar dulces. De entre todas las golosinas que elaboran, destaca el pastel vasco por su finura, pero no dejen de hincar el diente a sus brazos de gitano de nata y crema tostada, prietos, generosos, entrados en carnes y adictivos como las pelis de Louis de Funès.
Tel.: 943 641 047
Precio aprox.: 23,50 euros
David, malvado, me vas a provocar un ataque de saliva que ni el perro de Pavlov. Sigo adicto a tus reseñas, que están masticables «de cojones»… No cambies nunca, genio.