Asador Pimiento

Chuleticas al sarmiento y cierra España
Mesas largas con bancos corridos en un ambiente sencillo y muy gracioso

En aquellos tiempos del cuplé en el que merendábamos chorizo de Pamplona en bocadillo, jugábamos a las tabas y hacíamos la comunión vestidos de comandante de la armada invencible o de arcipreste de Hita, mi padre nos montaba en su flamante Seat 131 y partíamos rumbo a lo desconocido, caminito de Rioja, verdes prados, morapio y colinas rojas. No faltaba el bocadillo de tortilla de patata para el avituallamiento y como por aquel entonces las gasolineras eran surtidores de combustible y no centros comerciales, mi madre llenaba un garrafón de agua a pie de ruta, justo antes de Vitoria. Justificaba aquella parada porque su tía Hulda había vivido casi cien años por beberla, hasta que un camión se la llevó por delante en un paso de cebra del Paseo de Colón, a la altura de la pastelería Aguirre.

El caso es que nos daban vuelta los ojos pensando en la cocina casera y sencilla del “Cachetero”, que freía como nadie el picadillo de carne de cerdo adobado con pimentón picante y guarnecido con patatas, que era el premio si antes nos zampábamos, tapándonos la nariz, aquella fuente de alcachofas, alubias verdes, guisantes y cardos embarrados en una salsorra con jamón y chorizo. En el “Carabanchel” de la calle San Agustín nos deteníamos si nos acompañaba la tía Jesusa, que se metía entre pecho y espalda unos platos de pochas con costilla sin parangón, empujadas con clarete fresco.

Pero llevaba la fama el que cardaba bien la lana y en el “Sopitas” de Arnedo hacíamos nuestro particular viaje hasta esas profundidades en las que desgarras, conteniendo la respiración, la oreja del cabrito asado con la mano. En casa de mis tíos se tocaba una campana para cambiar de plato y seguir con la jamada y en casa a nadie se le ocurrió jamás poner los codos sobre la mesa mientras comíamos. Así que nunca supe porqué solo en Arnedo y en ningún otro lugar nos pasábamos por el forro el decoro y la rectitud. Cierto es que los asados eran de factura extraordinaria y reponían la fatiga que la reúma provocaba en los pacientes de los Baños de Arnedillo, que mondaban los huesos por prescripción médica con la esperanza de dejar sus dolencias en los platos rebañados.

Nos vamos acercando al barrio de la estación del mismo Haro, que ya era Nueva York cuando Curro Jiménez correteaba por la sierra con el Estudiante y el mismísimo Algarrobo, así que cuádrense ante la imponente presencia de las principales catedrales del vino y si tienen que elegir, no duden en ponerse a remojo en cualquiera de los que elaboran los amigos de Muga, guardados al abrigo de la luz y de los rancios, que haberlos hay que piden chopera y no echan mano al bolsillo ni para sacar el pañuelo de los mocos. Metan la cabeza en su rosado Flor de Muga y agarren el pescuezo, si pueden, del reserva especial 2014, del trotamundos de la saga que no es otro que el Prado Enea 2010 y del más descarado e impertinente de la casa, ese Eneas de maceración carbónica que sabe a farra, fogata en el campo y chorizo a la brasa.

Y me soportan toda esta serenata riojana porque en Tirgo, la ciudad que Mariana de Austria declaró “independiente” sin necesidad de exiliados ni lazos de colores, está la sede episcopal del gran asador “Pimiento”, que no es otra cosa que un “totum revolutum” de mis recuerdos riojanos de infancia, que se dice fácil, pero lleva un mérito de mil pares. Allá tienen brasas con mostrador antiguo, mesas largas con bancos corridos y un ambiente sencillo y gracioso, buena solera, vigas de madera y preciosas vistas sobre la vega, así que ya saben, organicen merienda-cena y cuando oscurezca, verán unos colores en el cielo que ni Turner imaginó para sus lienzos.

Sienten sus reales y arranquen un festín que consiste en menú único para todos, cocinado por Pablo, servido por Marimar y Andoni de “Llodio” y amenizado por la tía Marina, que con un poco de suerte les contará con todo lujo de detalles sus años mozos en el París del siglo de las luces, ¡oh, là là! Aflójense el cinturón, cojan aire y disfruten con el chorizo y la morcilla a la brasa, los pimientos asados, los huevos fritos con patatas -solo los sirven si se los merecen- y ese postre inconmensurable que tiene forma de costillas de cordero al sarmiento. El flan es de nota, el arroz con leche ilumina la sonrisa, los hojaldres y canutillos fritos rellenos de crema son pontificios y si tienen suerte y hay fruta de temporada, disfrutarán de buenas piezas que harán sonreír a los resecos de vientre. ¡Viva Rioja y Nuestra Señora de Valvanera!

Asador Pimiento
Tirgo – La Rioja
Tel.: 941 301 777

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO Alto / Medio / BAJO

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