El tasco de Ricard Camarena
Bocatas y gloriosas tapas sin trampa ni cartón, servidas con prisa y desparpajo
Admiro al valenciano y esa capacidad que tiene de sobreponerse a la adversidad y a tanto chorizo que los gobierna desde tiempo inmemorial. Como suele decir un amiguete, les robaron todo, y lo que no pudieron llevarse por estar cimentado y amarrado al suelo con cal y mortero, allá está para uso y disfrute del nativo y del visitante. Cierto es que tampoco pudieron mangarles esa luz que todo lo empapa, así que aprovechen y dense unos buenos baños de sol bien plantados en cualquiera de los banquitos repartidos por los parques y alamedas de la ciudad. El procedimiento es bien sencillo, píllense una cerveza o aún mejor, un buen vaso de horchata fresca, enciéndanse un cigarrito, alcen la vista al cielo con los ojos relajados y den gracias al destino por estar vivos y allá apalancados.
Hay mucho bueno allí, tanto como petardos lleva una mascletá y todo comestible, musical y de provecho, pues Valencia es patria de fabulosas y jugosas bandas. Por si fuera poco, inventaron la naranja, una inagotable fuente de divisas y vitaminas con la que consiguieron que medio mundo desayune a diario un buen vaso de zumo recién exprimido, que es la mejor rutina para que nos salgan análisis médicos de campeonato, ¡eficacia probada! Pero ahí no queda todo, porque también “sublimaron” un humilde grano de arroz y lo transformaron en paella, que el “enemigo” cocina con cebolla y chorizo, pero se fragua realmente con pollo, conejo, caracoles, tomate, judías verdes, garrofón y una ramita de romero flamenco, que dejan caer deliberadamente sobre el arroz una vez consumido el caldo sobre las brasas.
Como les dije al comienzo, mis amigos valencianos comparten con nosotros unas infraestructuras que no se las salta un torero y que son lo poco que no alcanzaron a llevarse. Están bien conectados con el resto de España y pueden llegar cómodamente casi a cualquier sitio por tierra, mar o aire. Si llegan ustedes volando, alucinarán con el nuevo cauce del Turia, la huella de la plaza de toros o el imponente complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, además de todas esas fachadas rebuscadas que jalonan calles y avenidas y en las que se habilitaron desde tiempo inmemorial todo tipo de tiendas, tascos y comercios, porque los valencianos tienen la facultad innata de ser chamarileros y vendedores de capa y espada.
Y es un verdadero despiporre y da alegrón comprobar que su mercado central sigue vivito y coleando, sano, alegre, lozano y felizmente adaptado a los nuevos tiempos que corren, es decir, atento al turisteo y a su necesidad de zumo, botellita de agua, cucurucho y cacahués, pero también solícito, servicial y al loro del cliente y vecino de toda la vida, que sigue llenando allí su carrito de la compra para meter en casa su hueso de jamón en las lentejas y los ciento veinticinco gramos de jamón de york. Todos conviven en alegre sintonía y da gusto comprobar la camaradería, qué quieren que les diga, pues nada hay peor que esas ciudades caprichosas que se lamentan de sus propias fuentes de riqueza y ansían cualquier tiempo pasado, que en la mayoría de los casos, casi siempre fue muchísimo peor.
No sé si en el mercado de Valencia ataron alguna pez perros con longanizas o de los grifos del servicio público brotó el “champagne”, pero en un breve paseo he podido comprobar que aquello hierve a pleno borbotón y cuenta entre sus puestos con una sucursal canalla del amigo Ricard Camarena, chef de solera que pertenece al “stablishment” hostelero que decide y corta el bacalao. Allí entre paradas de fiambres, verduras, carniceros, pescaderías y todo tipo de enseres y municiones comestibles, emerge su local que es el típico bar o parada de postas para los que madrugan, nunca ven amanecer desde la cama y se zurran la jornada a golpe de despertador, pantalón de Mahón, camiseta, furgoneta, carretilla, pitillito y carrerón. Así que no duden en mezclarse con toda esta fauna y siéntense en cualquiera de sus banquetas para meterse entre pecho y espalda un buen bocata o unas gloriosas tapas sin trampa ni cartón, servidas con prisa y desparpajo.
Están abiertos desde 2012 y desde entonces no pararon de darle a la tortilla de patata y a la salsa mahonesa, con la que cuajan una ensaladilla rusa de campeonato. La ensalada de tomate la sirven casi hasta con el café con leche, cortan jamón ibérico, abren ostras y rasgan bacalao para aliñarlo con perejil y ajos. La freidora escupe boquerones, buñuelos, bravas o croquetas de pollo y guisan albóndigas, planchean orejas con mojo o socarran conejo al ajillo. El bocadillo de lomo con cebolla, mostaza y queso, el de pisto con embutido o el de morcilla picante, revuelto y pimiento verde encurtido, están de muerte. Billy Wilder habría podido rodar “Irma la Dulce” en el mercado de Valencia, ¡como hay un dios!
Central Bar
Mercado Central puestos 105-131
Plaza del Mercado s/n – Valencia
Tel.: 96 382 92 23
www.centralbar.es
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos
PRECIO Alto – Medio – BAJO