Mis recuerdos navideños de tierna infancia están asociados a esas golosinas que antiguamente solo se jamaban por navidad, pues pertenezco a una generación que bebía Coca-Cola solamente en los cumpleaños y en contadísimas fiestas de guardar.
Ahora vivimos en un empacho constante, pero si rebobinan, recordarán que con jamón del bueno, salmón ahumado, foie gras y langostinos celebrábamos el nacimiento del niño Jesús, mientras el resto del año nos forraban a lentejas, croquetas y filetes con nervio.
Para mi, lo más emocionante de aquel tiempo eran los canapés de cangrejo ruso mezclado con mahonesa que mi madre acomodaba sobre pan de molde blandito, ¡qué delicia!, y las bandejas de turrón y confites que un rato antes de cenar mi padre cortaba con ilusión y gran deleite, dispuestos sobre bandeja de plata con tapete de hilo del año de la maricastaña.
Soy un declarado fanático del polvorón, la peladilla traicionera y el turrón de Jijona pringoso, que me gustan más que comer pollo asado con las manos, y el que elaboran los maestros alicantinos de la casa Garrigós es heredero directo de aquellos grandes bloques que se vendían al corte, pues el invento de la tableta envasada en pastilla es bien moderno, aunque parezca asunto de toda la vida de dios.
Para más inri del despelote y la lujuria, llevan el marchamo de calidad del azote Berasategui, que se ha preocupado como acostumbra el muchacho seleccionando los mejores ingredientes, si cabe, para que el turrón se salga del mapa y ponga los ojos en blanco a esa legión de golosos que aguardamos para echarle el guante. El de Alicante es flipante, tanto o más que la torta, el de yema tostada o el de chocolate con almendras, pero el de Jijona es una cabaretera de bandera, ¡viva Norma Duval!
www.turronesartesania.com
Precio aprox.: 7,95 €