Genio y figura.
La tasca de José Torres es un monumento a la vida, la tertulia y el ñampa zampa.
Mi difunto padre, que dios tenga en su gloria comiendo percebes a dos carrillos, solía decir que sin aceite de oliva, sin pan y sin vino no hay cocina, y que sin sofrito no hay salvación posible, ni en este mundo ni en ningún otro. Pero lo cierto es que algunos años más tarde, me di cuenta de que no es lo mismo beberse el trago de todos los días a resguardo en la cocina, que hacerlo en el campo a los pies de un olivo o en una tasca como la que hoy nos ocupa, que para más inri está ubicada en el corazón de Granada y duerme todas las noches mecida por los faldones de la mismísima Alhambra, que domina la ciudad desde hace tantos siglos con su perfil imponente.
No hay ciudad que haya sido tan alabada como Granada, “a quien dios le quiso bien, en Granada le dio de comer”, y estos versos, tan conocidos, que se añaden a aquellos otros que comparan a Sevilla como una verdadera maravilla, “quién no ha visto Granada, no ha visto nada”. ¡Arsa! Por qué y para qué bebemos o comemos, tal y como lo hacemos, son preguntas clave que a los más místicos atormenta y nos coloca desnudos frente a esa riqueza del paisaje y del campo andaluz, que en forma de vinazos, tapeo, conservas, dulcerío, gloriosos panes, marisquito o chacina fina, destila la esencia primigenia de la vida que no es otra cosa que distraerse hasta que llegue Caronte con la dichosa barcaza de las pelotas.
Y en este trayecto en el que nos arrastramos algunas veces o nos deslizamos sobre patines como los amos de la pista que creemos ser, descubrimos con suma sorpresa cómo somos y qué tontolos o majetes estamos, qué comimos y bebimos o con quién y dónde lo hicimos, dejando un rastro de recuerdos que levantan la piel y dejan al aire ampollas de viejos amigos desaparecidos, novias, tradiciones, paseos, caricias, paisajes desolados y tascas, muchas tascas como la de José Torres, que es un monumento a la vida, a la tertulia, al ñampa zampa, al jamoncito colgandero y al brindis.
La Bodega Castañeda sigue allá bien lustrosa y vecina de los palacios nazaríes, pero muchas otras tascas por toda España quedaron desdibujadas y se perdieron para siempre, con su color, su alboroto y su sabor. Las barras granaínas ofrecen aún hoy el espectáculo de un tapeo y un bebercio fuera de serie, en una continua lucha por hacerse hueco frente a una clientela y un respetable acostumbrado a la tapa ofrecida por gentileza de la casa, lo que supone un sobre esfuerzo para esa hostelería profesional que no se permite retroceder un solo paso en calidad y se bate el cobre para poner sobre el platillo las mejores golosinas y en los vasos los vinos más finos y la cerveza más delicada y fresca.
Así, no es casualidad que en Granada existan tabernas que sean capaces de sorprender con sus delicadas puntillitas y frituras a un sevillano o a un picha malagueño, que se queman la lengua y los labios con su pescaíto, los camarones, las berenjenas con su miel de caña, las gambas frititas, los sesos de cordero o las mollejas que todo el mundo quiere probar y que conforman ese recetario de raíz de toda barra que se precie. A ese listado de leyenda de una ciudad zampona como pocas en la que brillan con luz propia el FM de Paco y Rosa, Álvaro Arriaga, Másquevinos, Damasqueros, el grandioso Chikito de la familia Oruezábal, Los Diamantes y tantos otros templos de gloria como el Ruta del Veleta de los hermanos Pedraza, se suma el desparpajo y la casta de la Bodega de José, que no tiene gran cosa, dirán algunos, pero que a mi parecer es guardiana del oficio, la esencia y el atractivo de todo templo del bullicio que se precie, con su alboroto, su tapeo, su buena jamada y sus chacinas y jamones grasos, que vende por cientos sobre papel de estraza y en bocadillo a todos los que morimos por sentir en nuestros dedos la noble grasa del marrano serrano.
El local lleva en su ADN el trato llano con los clientes, considerándonos a todos y cada uno como amigos de la casa, haciéndonos sentir los reyes del mundo cuando traspasamos el umbral de la puerta con voraz apetito, deseosos de un plato de puchero con su pringá, o de legumbre estofada o de guisote de carne o de menudillos guisados. El patrón, don José, gestiona la casa de sol a sol y atiende a proveedores, abre recibos del banco, pelea con el ayuntamiento y se emplea duro en las típicas gestiones de empresario de todos sus establecimientos, pero calzándose a diario su delantal corto para no olvidar jamás su condición de fino tabernero, de humilde origen alpujarreño, sirviendo entre trago y trago, buenos platillos de habas con jamón, carne en salsa, caldito de pollo, boquerones, ensalada de pimientos asados, flamenquines, melva canutera, remojón granaíno o tortilla de patatas.
De su infancia recuerda los veranos en el Rincón de la Victoria, donde su padre cambió un apartamento por una partida de jamones que le debían y sobre la maldita crisis, dice el maestro, “trabajando duro se hace menos crisis, pero si la gente anda pelá se hace más complicado superarla… mi padre decía que para vender más no hay que vender más caro, sino madrugar y vender más, así de sencillo… y hoy mi gente pide menos patanegra y más tortillas y croquetas, pero no me importa porque soy tasquero y así mis cocineras están más entretenidas”. Genio y figura.
Larga vida a la Bodega Castañeda y que el amigo José nos coja pocos catarros.
Bodega Castañeda
C/ Almireceros, 1 y 3
18.010 Granada
Teléfono: 958 215464
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 25 €