Busquen a su MariPaz
Reúne Philippe Delerm en su tratado sobre pequeños placeres de la vida una serie de momentos de felicidad que se dan la mano, juntos, en ese instante previo a beberse una caña de cerveza helada, pues es entonces y nunca después cuando uno más goza de ella. Tras el trago muere el deseo y se acabó la fiesta.
Todos tenemos olores particulares que encierran el color y el sonido de nuestra infancia y luego están esos otros de catálogo “molón” que sacamos de paseo cuando a los cocineritos nos lo preguntan, “pues mi niñez huele a albahaca tailandesa y a tomillo limonero, a pan de masa madre cociéndose en el horno, a croissant de mantequilla, a agua de azahar y a caléndulas silvestres”. Nos hemos vuelto gilipollas.
Después de treinta y seis años sin verla, volví a besar hace unos días a MariPaz, una extremeña guapísima que nos cuidaba en casa y cocinaba de miedo tortillas de patata, croquetas, calderetas y todas esas golosinas que despertaron mi vocación. Sí, la leche quemada, el tufo a establo, la lejía a palo seco y el olor de cebollas y patatas sofritas en aceite son el perfume de mi infancia y de tortillas va el asunto, porque las cuajaba también rellenas de arroz blanco y de salsa de tomate, ¡qué ricas!
Busquen a su MariPaz, plántenle un par de besos en cada mejilla y recordarán que no hace tanto se hacían los pises y las cacas encima. Que estamos todos para que nos den dos tortas con la mano bien abierta. De nada.