Plácido disfrute
Su propuesta es un alarde de platillos currados con un sosiego y sentido de la suculencia de alucine.
No hay experiencia más feliz que andar por una ciudad que no es la tuya, pensar dónde te has ganado tu merecido reposo del guerrero y que de repente se te alumbre la bombilla y lo tengas clarinete; en menos de lo que tardas en chascar los dedos el horizonte se despeja y se vuelve luminoso, la gula se abre paso por cada cavidad de tu generoso cuerpo y un ansia casi infantil se apodera de ti porque sabes que los minutos venideros serán de dicha, de goce sencillo pero arrebatador, porque no hay nada que estimule tanto la imaginación de un auténtico jabalí que la cocina que es capaz de reconfortarte desde la pelusilla de la nuca hasta el meñique del dedo del pie izquierdo.
Los hermanos Fernández de Retana tienen la rara habilidad de hacerle sentir al personal este plácido efecto y en cuanto uno pone su pezuña en la bella Gasteiz, cada día más hermosa, más “Green” y más viva, corre raudo y veloz al Clarete para que le vuelvan a tratar como al marajá de Kapurtalala no sólo a través de platillos currados con un sosiego y un sentido de la suculencia de alucine, sino también de un trato profesional, cercano y cero plasta, lo cual en la actualidad es como que te toque la primitiva con el reintegro incorporado, ¡puro black Jack!
El Clarete era un local antiguo, una casa de comidas que abrió sus puertas allá por 1927, donde se servían porrones bien cargados, cazuelitas para apaciguar la moxkorra, y sobre todo elaboraciones de caza, que eran el timbre de gloria la casa. Los hermanos Fernández de Retana, Unai y Patxi, lo tuvieron claro desde el principio, su garito tenía que mantener algo de ese savoir, un local que se pudiera llenar de gente sencilla jalando comida currada desde las bases y bien gozosa. Pues no hay tema más serio que olvidarse de los pájaros tecnicolores que pueblan las mentes de los egochefs, y saber bajarse al ruedo, es decir, anudarse el mandil a la hora que toca, y a pie de fogón, con buenas dosis de valentía y pasión, estofar bien de mañana para que la suma de mil detalles conformen una de esas cocinas que cuando la pruebas quieres siempre repetir, asunto, por cierto, más puñetero del que se presupone.
Unai es cocinerazo de los pies a la cabeza porque es primero, entre otras cosas, comensal con apetito y tope disfrutón, no hay nada que le guste más que escaparse con la familia y los chavales de festín fuera de sus fronteras, esa pequeña cocina en la que rehoga, hornea, hierve caldos y soasa con destreza de espadachín bregado en cien batallas, y eso, señores y señoras, se nota cantidad. Nunca se fíen de un chef con piquito de querubín, si siendo cocinero uno no le da al alpiste con alevosía y premeditación, el alma se acaba quedando seca como la mojama de Barbate y de esas manos nos salen más que pompas de idiotez consumada, ¡fíense de lo que les digo!
Diatribas aparte, en el Clarete te ponen las cosas chupadas de remate, existe una zona de taberna elegante y confortable y otra de restorán. En la barra, bien vestida de piedra maciza y ladrillo, con unos taburetes altos donde aposentar el pandero se pueden picotear algunos de los platos más representativos de la carta en modo pincho on, siempre acompañados de una sabia selección de vinos y un vermú casero campeón. Las croquetas de hongos y de chipirón son las vedettes estelares de su oferta así como el ravioli de foie, la yema de huevo de caserío con migas y chorizo y el pulpo con crema de patata trufada, fórmulas sabrosonas a más no poder.
Si uno quiere pasar a mayores lo mejor es hacerse con un sitio en el comedor para recrearse con el fondo de armario de la cocina de Unai, que está siempre impecablemente ejecutada. No busquen carta porque no hay, de lunes a viernes al mediodía elaboran el menú cuchara que consiste en ofrecer un plato principal de cuchara de corte tradicional, con dos entrantes previos y un postre y además todos los días uno puede optar también por el menú degustación, con lo mejor que hayan encontrado en el mercado ese día, consistente en cinco entrantes, un pescado, una carne y dos postres, en ambos casos a un precio bien molón.
Si en este preciso instante optasen por el menú cuchara aparecería sobre la mesa un arroz caldoso de marisco de impresión, o unas alubias o unas patatas en salsa verde, no sin antes haber afinado el morrete con un gazpacho con crema de queso y un chipirón trufado, ¡ay dios, qué hambre nos está entrando!
El degustación siempre cuenta con auténticos revivals, como su ravioli de pollo de caserío con caldo de garbanzos, bocado tope reventón, la crema de foie gras con salsa de vino dulce y quicos, al tártaro de atún, el crujiente de morcilla, las manitas de cerdo rellenas o el cordero a baja temperatura con patata rota. No renuncien a los postres, mucho más pirotecnia Zamorano que lo escueto de su nombre, deliciosa la fresa, pimienta verde y vainilla y la personal versión de selva negra de la casa y pantagruélica la torrija caramelizada con crema de chocolate, caramelo y melocotón, ¡oh, mon dieu!
Confíen en Patxi para los asuntos del bebercio que es senador vitalicio en asuntos de vinos, champagnes y espirituosos. Coman, beban y bailen de la mano de estos dos castas que han sabido forjar uno de los restoranes más felices que conocemos, ¡salud!
El Clarete
C/ Cercas Bajas, 18
Vitoria-Gasteiz
Tel.: 945 263 874
http://elclareterestaurante.com/
COCINA Sport elegante
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO: Menú del día: 22 € (IVA incluido), Degustación: 49,50 € (IVA incluido)
Genio David, desde Uruguay,saludos.Soy fans de tus programas.