Si son ustedes aficionados a la coctelería bien sabrán que el asunto a menudo se remata con una o varias cerezas brillantes y medio plastificadas que parecen ser la guinda necesaria al chute alcohólico, para compensar, imaginamos, el torrente de los amargos. Si alguna vez prueban las cerezas Maraschino originales de Luxardo, que están de muerte, jamás osarán a meterse en la boca esas pelotillas rojas o verdes fluorescentes con las que nos han castigado hasta hoy, la diferencia es tan abismal que uno se pregunta por qué demonios las comparaciones son tan odiosas.
Las primeras cerezas de la marca fueron producidas en la planta italiana de Luxardo cerca de 1905, seguramente las primeras de este tipo en el mundo. Las cerezas son confitadas en sirope Marasca, una fruta cultivada y procesada por Luxardo para destilar su archifamoso Maraschino y para preparar, por infusión, el licor de cereza Marscha, llamado Sangue Morlacco.
El caso es que estas cerezas agrias son bombones en sí mismas, pequeñitas, oscuras, te las metes en la boca y todo su sirope explota como una falla valenciana, con un saborazo a almendra amarga y toque de miel de auténtico alucine. Se aprecia su autenticidad en el hecho de que no lleven espesantes ni conservantes y en el rastro gozoso que te dejan en el paladar, prueben a añadirlas a una macedonia de frutas o a usarlas en pastelería y verán lo que es otra dimensión, como en Star Wars.
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