La Tasquita de Enfrente

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O de vestirse por los pies.

Una bocanada de aire fresco en plena Gran Vía madrileña.

La calle de la Ballesta es una trasera de la Gran Vía que conserva aún el sabor de ese Madrid que paseaba muy pichi del brazo de su señora frente a los cines y los grandes teatros, ejercitando ese deporte de ver y ser visto, y que en las callejuelas más escondidas permitía el follón, el folleteo, el comercio o el bebercio más descamisado,  de la mano de alguna fresca de dudosa reputación. Resumiendo, por la Gran Vía paseaban almidonados los mismos que unas calles más abajo la liaban parda en el noble arte del pillaje y el golferío. Si los que murieron calcinados en Pompeya hablaran y explicaran cómo se las gastaban entre bacanal y soniquete, alucinaríamos en cinemascope y pondríamos ese careto de estupefacción, gustirrinín y un poco de bochorno ante la descripción de la molicie, que como la sarna, con gusto, no pica.

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Del mismo modo, si los bajos comerciales de la calle de la Ballesta pudieran hablar, aquello parecería una representación del esfuerzo, la picaresca, el gozo, el fornicio, el comercio y el desenfreno, a lo largo de su dilatada historia. Los tiempos han cambiado y hoy aquello busca reinventarse a sí mismo con la llegada de nuevos empresarios y comercios que den una bocanada de aire fresco al barrio, a pesar de que el subsuelo “sepa latín”. Y lo van consiguiendo, aprovechando la casta de los tiempos pasados y repintando con mucho esfuerzo unas etiquetas poco dignas para una vía con una situación tan privilegiada. Y allí en ese meollo está Juanjo López, con su Tasquita, como no podía ser de otra manera, pues figón o fonda o ultramarinos o colmado son acepciones propias a la naturaleza del lugar.

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El garito está a punto de cumplir su quinta década y el bueno de Juanjo, que un día decidió colgar la corbata y meterse en faena, ha conseguido continuar con la tradición familiar imprimiendo su propio sello, una halo de modernidad y majestuosa sencillez en una cocina que enarbola el producto fetén, sin perder esa esencia de fogón de tasco que tan genuinamente abanderaba su padre.

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Ya imaginarán que a estas alturas uno escapa como de la peste del restorán de moda postureta, afectado, lila, aparatoso y que se considera con bochornosa arrogancia como motor de cambio sociocultural. Porque lo cierto es que todas esas zarandajas que se le presuponen hasta al Bodegón de Pepe, que no presume jamás de ello, se convierten en nauseabundo picadillo en cuanto son tendencia, trending topic o como demonios prefieran llamarlo, que nos hemos vuelto tontos de remate, ¡como se lo cuento! Casi todas las malas experiencias que uno ha vivido en ese tipo de restoranes fuleros fueron bastante chungas por lo mismo, eran complicadas además de efectistas y frías como la horchata valenciana. Por mucho que insistan no conseguirán que comulguemos con ruedas de molino, valorar la creatividad antes que la comodidad y el sentido común y la fotogenia de los platos por encima de su exquisitez y suculencia -ya saben que ahora los cocineros “posan” los velos, los espumoides y los ovulatos cual mariposillas sobre el plato-, nos resultan experimentos desalentadores, espesos y agotadores. Por eso se agradecen locales como la Tasquita, que escapan del circo del sol y se aproximan más a lo que uno entiende por un lugar dirigido por gente moderna que se quema las pestañas y pelea, aunque escuchen a Eric Satie o lean a Elena Poniatowska, pero que saben cocinar con elegancia y se dejan de mensajitos al planeta tierra y al orbe y al destino divino de la patata esferificada.

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La Tasquita es referencia de la materia prima en el foro y de la autenticidad y riqueza de los sabores de antaño, por eso, sí, señores y señoras, hay ensaladilla fresca con mahonesa, que es la reina de las salsas, coronada con erizos o con lo que se tercie, y zamburiñas plancha y callos picantes con morro y pata y raya a la mantequilla negra, que parece algo muy SIC a la manera de la vieja ciencia gastrosófica de los amigos Stephane y Arturo. No faltan tampoco carrilleras y pichones guisados y zorzales y ajoblanco y croquetas y buñuelos y sardinas morunas y cerdo asado y pescado, siempre del día, no se queden con las ganas de beberse el océano, que cuentan con una bodega de rechupete.

También hay escabeches y pasta al pesto de mentiras, pulpo o tuétano asado al horno. Y torrijas, pero deformes y raras, rotas, con costra, como si se hubieran estrellado desde un quinto piso, a caballo entre un crumble y un strawberry eaton mess y unas gachas o unas natillas gruesas. Fliparán. Y que sepan que las guardan escondidas bajo la cafetera en la estrecha barra de la entrada, si van con una cuchara y ponen cara de coneja, les dejarán robar todavía una palada más.

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En este lugar casi nadie pide la carta, Juanjo recita de corridillo lo que tiene cada día, lo mejor que ha podido birlar al mercado, para luego plantártelo inmaculado, en una cocina casi sin cocina, pis-pas, con cuatro gestos básicos y milimétricos, pero recuerden que el producto bueno se paga, no hay más tu tía, los milagros en Lourdes.

La Tasquita es la excepción que confirma la regla, el alfa y el omega, el manzanas traigo o la constatación de que se puede ser moderno, normal, exquisito, cocinero y vestirse por los pies, currando sin dar la murga a nadie, ¡aleluya!

La Tasquita de Enfrente
Calle de la Bastida, 6 (28004 Madrid)
Teléfono: 91 5325449
Cierra: Domingos
www.latasquitadeenfrente.com

COCINA Tasca de lujo
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
Precio medio: 70 €

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