Cuchara, cuchillo y servilleta al cuello
Desde 1990 pueblan los sueños húmedos de los amantes de la bechamel.
Cuentan que allá por los albores del siglo XX un donostiarra se comió inocentemente doscientas treinta y seis croquetas de una sentada y como quien no quiere la cosa, ¡pedazo de fenómeno!, porque si una apuesta hubiera terciado en el asunto, el recuento hubiera sido al menos de medio millar largos. Tal magna hazaña, digna de figurar en el libro de los récords mundiales, fue llevada a cabo por un miembro de la sociedad Istingorra, que llevando parte del banquete encargado a un restorán y de camino por el túnel del Antiguo, fue zampándose el aperitivo, croqueta a croqueta. Sin nocturnidad ni alevosía, porque perpetró tal heroicidad a plena luz del día y con los arrestos suficientes como para sentarse más tarde de invitado en el banquete en el que faltaron croquetas para todos los demás invitados, ¡pedazo de animal!
Patxi Bollos, héroe de tamaña gesta y poseedor de nombre profético con tintes mesopotámicos, cayó en la tentación que todos hemos sentido alguna vez; ese sueño lúbrico en el que te comes un plato entero de croquetas antes de que nadie más pueda estirar el brazo. Se te cae la babilla en la almohada al pensar en su corteza crujiente, en el primer bocado que se deshace en tu boca mientras miras cómo la bechamel se escurre del cacho que aún sostienes entre tus dedazos: la Scarlett Johansson, o mejor aún, la Lauren Bacall del celuloide croquetero.
Antes de que se pongan ustedes cachondos como monos y dejen de leerme en busca de un frito en el bar más cercano, permítanme advertirles de que se desconoce el artífice de las doscientas y pico obras de arte que se metió entre pecho y espalda el titanazo de Patxi. Afortunadamente, muchos paraísos de la fritura habitan la tierra y no hace falta viajar a otras galaxias para encontrar el Edén, pues uno de esos jardines de las delicias se levanta a los pies del Jaizkibel, rodeado de verdes montañas y unas vistas que ya hubiera querido Sandro Boticcelli para sus cuadros. En el alto de Gaintxurizketa hay un caserío que pasa inadvertido a los ojos de los herejes, un santuario consagrado al buen comer y al fino arte de la croqueta y el asado. Iriarte Enea lleva desde 1990 poblando los sueños húmedos de los amantes de la bechamel untuosa y el rebozado humeante. Platillos y más platillos de croquetas salen de la cocina de los Legorburu con un único secretillo, emplear un excelente jamón o bacalao además de leche y mantequilla de primera calidad para dar a la masa su característico dulzor. Es necesaria además cierta dosis de paciencia y un brazo fuerte que remueva la bechamel para que la masa fragüe bien y los comensales alcancen el nirvana.
Si tienen el mismo apetito que el amigo Bollos y siguen con ganas de mambo después de dar cuenta de chorrocientas croquetas, en Iriarte Enea estarán bien servidos. Su carta podría servir como ejemplo de la gastronomía vasca más ancestral, ésa de cuchara, cuchillo serrado y servilleta al cuello que anda en peligro de extinción: espárragos de Navarra dos salsas, ensalada mixta, de txangurro o de auténtico tomate del país con atún y cebolla. Los humildes calamares fritos son aquí manjar de dioses, igual que la tortilla de bacalao, los pimientos fritos, los langostinos a la plancha, el jamón ibérico de bellota o el foie gras de untar, concesión amable a las glorias culinarias de la vecina Iparralde. La santa trinidad de las sopas, de pescado, de cocido y consomé, sirve para calentar el estómago antes de pasar a los platos principales.
Si algo brilla en Iriarte Enea, además de su croqueta, es el uso de las brasas. Antiguo baserritarra convertido en parrillero, Martxel Legorburu es prueba viviente del aforismo de Brillat Savarin “se puede llegar a ser buen cocinero, pero buen asador se nace”. Efectivamente, a Martxel no le hizo falta pasar por una escuela de altos vuelos hosteleros para aprender la alquimia de las brasas, don heredado ahora por sus dos hijas. Hacen milagros con el rape, la merluza con refrito de ajos y el cogote, y según disponibilidad de temporada, también con recios ejemplares de besugo o rodaballo. El apartado de carnes goza igualmente del regustillo del carbón, especialmente la chuleta de vaca, el corderito lechal o las chuletillas, acompañadas de patatas fritas que quitan el hipo y la tontería. Nada de raciones pequeñas, aquí la calidad va siempre acompañada de cantidad suficiente como para invadir Polonia. La comida acaba con un festival de postres caseros, como la torrija con helado, la tarta de queso, el tiramisú o el flan con su canesú.
Recuerden reservar si optan por acercarse en fin de semana, sobre todo si sale buen día y quieren disfrutar de las vistas en su pequeña terraza. Quién sabe si no batirán el récord de Bollos y se comerán doscientas treinta y siete croquetas.
IRIARTE ENEA
Goiko Bailara, 15 – Alto de Gaintxurizketa
Lezo 20.100 Gipuzkoa
Teléfono: 943 529 989
Email: iriarte.enea@gmail.com
Cerrado martes y lunes por la noche.
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 40 €
El mejor sin duda!