Mesié Peña guisa sin gilipolleces frente a la bahía de la Concha.
Ya les he hablado a ustedes de Narru en más de una ocasión, cantando sus bondades, y glosado la cocina de Iñigo Peña en sonetos endecasílabos como un pipiolo enamorado. Pueden considerarme una “groupie” si quieren, aunque no tire mi tanga de leopardo al ruedo a lo Jesulín de Ubrique ni lleve la carta del restaurante pegada en la carpeta de colegial a lo “Super-Pop”, pero es que el garito lo vale, ¡qué carajo!
Pilotando restorán propio con tan solo 26 añitos y una buena planta de ésas que alaban las madres que quieren casar a sus hijas, Iñigo podría ser ídolo en portada de revista adolescente o símbolo de aquella cursilada de los “JASP”, jóvenes sobradamente preparados que se comen el mundo. En realidad, mesié Peña ha seguido la honorable tradición de los marmitones, aquellos que entraban de aprendices cuando aún no les asomaban pelos en los huevos y subían peldaños en el gremio a base de collejas, dedos rebanados e inmensas perolas por fregar. Así, a la antigua usanza y con iguales dosis de perseverancia y talento sudoroso, aprendieron los grandes cocineros como Iñigo, que entró a trabajar en Arzak cuando sólo contaba 16 primaveras. Pasó luego por los fogones bregados de Irizar, Berasategui o Arbelaitz, entre otros, hasta que un día el aprendiz se hizo maestro y decidió remangarse el mandil abriendo el primer Narru en 2007. Hasta 2010 estuvo en la calle Usandizaga de Gros, cogiendo carrerilla para trasladarse a un enclave tan primoroso como el Paseo de la Concha.
El merengón marco incomparable no se le ha subido a la cabeza y mantiene una carta sin ápice de pijerío, fiel a sus comienzos y a su ideario gastronómico: una cocina de andar por casa sembrada de actualidad y raíces tradicionales. Lo de andar por casa lo dice él, que es demasiado modesto y no suele fardar de haber sido incluido en una lista de los diez mejores chefs jóvenes de Europa.
Iñigo y su tropa ocupan con el Narru la planta baja y el sótano del hotel Niza, siendo el piso inferior el del restorán propiamente dicho y el superior el del bar. Pero no crean que es un bar corriente y moliente, ¡nada de eso!, unos inmensos ventanales con vistas a la bahía dejan entrar la luz a espuertas dentro de la sala, en la que encontrarán mesas con bancos propias de un “dinner” americano en versión euskandinavo. El modelo Narru se desdobla aquí en raciones, versiones gemelas de lo que se ofrece en el comedor principal y pinchos emplatados y elaborados al momento. Banderillas soberanas, de ésas que se comen sentado con servilleta al cuello y acompañadas de pan, cuchillo y tenedor; Alitas de pollo con patatas, huevo roto y alioli, salmorejo con txangurro, bacalao confitado con piperrada fina y pil-pil o secreto ibérico con manzana del país y su jugo, son algunas de las opciones de la pizarra, todas por menos de cuatro eurazos. Los clásicos aparecen en forma de croquetas de jamón, ensaladilla rusa y pincho de bonito y anchoas con guindilla de Ibarra, acompañados por propuestas más modernitas como el langostino a la plancha con tomate, piñones y romescu. Especialmente reseñable es la oportunidad de probar una de las especialidades del Narru, su arroz en tamaño reducido de crustáceos con socarrao o el risotto de hongos y champis con foie gras, una bomba de neutrones.
Aparte de estos platos pequeños y sin salir del tasco, los más tripones podemos pedir en tamaño “aizkolari” varias ensaladas, entre las que destacan la de queso de cabra con tomate seco, piñones, vinagreta de sésamo y miel, y algunas de las recetas que se sirven en la planta noble inferior. Arroz con almejas, solomillo asado con terrina de patata, tocineta ibérica y su jugo o unos callos y morros brutales, guisados a la manera de siempre pero con una mano del copón.
Completan la oferta el embutido fino, el pan de cristal con tomate, los huevos de caserío con patatas y jamón, los mejillones salteados y unos tremendos chipirones “bien hechos”, unas rabas en su punto justo de fritura que hacen que se te salten las lágrimas. Los postres coronan la jugada en forma de crema de queso con migas crujientes de mantequilla, una excelente mousse de coco, piña y mango con crujiente de avellanas o una tarta de manzana con crema inglesa y helado de leche que te pone el morcón mirando a Talavera. Los menos golosos podrán apurar el vino con una completa selección de quesos antes de prepararse la siesta de gorro y orinal.
Si todo esto se refiere sólo a la oferta del bar del Narru, imagínense el despiporre que es bajar a la planta inferior a comer como un rey emérito. Allí podrán probar todo lo señalado en raciones de restorán y otros vicios como el ravioli con hongos, ¡gloria bendita!, o las kokotxas de merluza guisadas a la perfección ya sean confitadas, rebozadas o en salsa verde. Además de comer opíparamente a la carta, en Narru se puede pedir entre semana, para comer y cenar, un menú del día que brilla como uno de los mejores de la ciudad. No me digan que no es para hacerse “fan”, “groupie” o lo que haga falta. ¡Ah!, los muchachos de la sala son unos campeones del mundo del bueno rollo y la eficacia, ¡como hay un dios!
Narru
Paseo de la Concha, s/n
20.007 San Sebastián
Teléfono: 943 423 349
Web: http://narru.es
Email: reservas@narru.es
Cierra: Domingos noche y Lunes
COCINA Sport elegante
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PVP MEDIO Menú del día 30 €, carta 45 €