Atrio

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El palacio de la lujuria.

Un Atrio luminoso, voluptuoso y lleno de vida y hermosura.

Estoy hecho un abuelo cebolleta y creo que nos hemos convertido en ilustres pazguatos de tomo y lomo, lerdos de capirote con ínfulas de señoritos de la Estepa sevillana. Desde que enterramos las Mobylettes y los Seat 131 Diplomatic la cosa empezó a pintar mal, los tiempos modernos nos atraparon con sus insinuantes cantos de sirena y ya no hay tontolaba que no surque las rotondas al volante de un cochazo sideral, chatee a todas horas como si no hubiera un mañana o sienta esa necesidad hortera de alimentar el espíritu cuando es de manduca de lo que hablamos. Ya saben, igual da que veranees en primera línea de playa o en el mismísimo Honolulú, siempre que el marco lo permita habrá un ababol sacando fotos quedonas que levanten acta de que uno es rutilante cabaretera del noble arte gomo-espumoso de la apariencia en redes sociales, que es como una escalera de vecinos pero sin mirarse a la cara.

Así está el panorama, señoras y señores, en el culo tengo flores y en el nabo caracoles, árido como un cigarral toledano en pleno agosto. No nos salva de la quema ni Gregorio Marañón.

De todas las bobadas que hoy parecen hacernos felices, una de las que más intriga me produce es esa necesidad de viajar a toda prisa por los confines de la tierra, chupando horas de avión como mamelucos, cuando a tiro de piedra contamos con espectáculos dignos del National Geographic. Esa manía de tener que conocer antes el street food indonesio con sus indigestas cagarrutas callejeras, por citar cualquier pijotada al uso, que la monumental Alhambra “granaína” y sus piononos, no deja de asombrarme, pero a fin de cuentas que cada palo aguante su vela, que las mareas se las gastan bien bravas últimamente.

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Aún así, ahí les lanzo el guante, si todavía no conocen Extremadura y su capital, corran como almas llevadas por el diablo y subsanen tan lamentable error, pues Cáceres es hermosa, monumental y sutilmente evocadora. La ciudad cuenta con uno de los conjuntos urbanos de la Edad Media y del Renacimiento más completos del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad, un regreso al pasado de auténtico alucine, se lo aseguro. Por si fuera poco, enclavado en pleno corazón histórico, en la parte alta y en plena plaza de San Mateo, encontrarán el Atrio, una Torre de Babel contemporánea, dibujada con un gusto exquisito, monumento paradisíaco que alberga el propio restorán dos estrellas Michelin y un pedazo de hotelazo con nueve habitaciones y cinco suites que son el colmo de la finura delicada.

La arquitectura es espectacular, sí, pero sin renunciar al confort y al sentido común. Toño Pérez y José Polo son adorables sibaritas y tienen tremendo oficio, por eso concibieron su hotel como una auténtica casa de Lúculo, brindando y rodeando a sus huéspedes de todo lo que les pueda hacer felices.

Estén atentos al deslumbre de obras de arte, de cortar el hipo, estratégicamente colocadas para mayor goce visual, rellanos, pasillos, cabeceros de cama, zaguanes o descansillos se visten de gala con piezas firmadas por Josef Albers, Robert Mangold, Dan Flavin, con sus fluorescencias, que tiene tanta percha como Joselito El Gallo o Anish Kapoor.

Cuentan además con un servicio que no pierde detalle, atento y cercano pero con clase a reventar y una propuesta actual y tope equilibrada que pone en valor la tierra que los ha visto nacer, expuesta sobre el plato con mucho porte y distinción, pero sin renunciar al sabor, al guiso, al sofrito y a todo ese barrillo que se pega en el culo de las ollas y construye las grandes cocinas, las que de verdad merecen la pena.

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Cuentan con dos menús a elegir, el histórico, con los platillos más reconocidos del restorán a lo largo de su trayectoria y el degustación, un pase de catorce propuestas para gozar sin miramiento entre las que destacan unas sopas frías que se salen del mapa como la de pepino con manzana verde, arenque y apio, el Bloody Mary con helado de cebolletas, unas ortiguillas fritas con caviar y atún seco que son las repanocha en verso y un galáctico brioche de tinta de chipirón con guiso de oreja y calamares que no puede estar más rico, ¡qué cabronazos!

No pueden faltar nunca platos de marisco, que son debilidad de la casa, otros construidos con chacina ibérica o el majestuoso solomillo de retinto en dos pases, en tártaro con sorbete de mostaza, y asado, con costra crujiente de hierbas, perfectamente resueltos. Los dulces poseen similar nivelazo. Antes de las golosinas disfruten con la clásica Torta del Casar vestida con membrillo y aceites especiados, como las odaliscas de los cuentos de Washington Irving, y dos pecados mortales no aptos para flojeras: el chocolate con fruta de la pasión y torrija al Pedro Ximenez o una cereza que no es cereza y podría estar soñada por el mismísimo René Magritte.

Para rematar alucinarán en colorines con su asombrosa bodega, un espacio circular con 35.000 botellas, entre las que destacan diferentes joyas: una colección vertical de Château Lafite-Rothschild desde 1929, o una “capilla sauternina” dedicada al Château d´Yquem, tesoro de incalculable valor que ni el más perverso sibarita soñaría beberse de una sentada.

Como a los grandes exploradores u hombres de acción extremeños, todos aquellos campesinos y porqueros que sin saber nadar ni leer se pusieron el mundo por montera hace algunos siglos, Toño y José proyectan su tierra al mundo con el mismo arrojo y valentía construyendo sus vidas en torno a un Atrio luminoso, voluptuoso y lleno de vida y hermosura. ¡Viva Extremadura!

Atrio
Plaza de San Mateo, 1
(centro de la zona monumental) – Cáceres
Tel.: 927 242 928
www.restauranteatrio.com
E-mail: info@restauranteatrio.com

COCINA Nivelón
AMBIENTE Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja
PRECIO restorán 120 € / hotel 250 €

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