O de un restaurante fetén.
En un paraje que ofrece naturaleza caprichosa, descanso y banquetes del copón.
Este precioso hotel es vecino de villa Kurlinka, que es la casa en la que me crié y pegué los primeros balonazos, en el mismo cogollo del mapamundi de mi infancia: a dos pasos del viejo caserío de la Mashi y de los Aramburu, pegado a casa de Gus y Begoña, frente a un descampado en el que levantábamos maltrechas cabañas y pegábamos fuego a todo lo que se movía, desde un tablón hasta un aerosol, un bidón sacado de la basura o los neumáticos de algún 1430.
Uno siempre idealiza las cosas de su niñez, de tal forma que aunque vuelva a probar aquella tortilla de tomate que le hacía su madre y la encuentre incomestible, un mecanismo imposible de descifrar que se aloja en algún lugar del cerebro envía un estímulo eléctrico a toda pastilla que te ilumina una sonrisa, aunque la tortilla sepa a rayos. Afortunadamente, esa regla a veces no se cumple, pues la primera vez que el escritor Pierre Loti avistó la bahía del Txingudi, se refirió a ella como una gemela del mismísimo Bósforo, de tal forma que sus orillas le inspiraron la redacción de “Ramuntcho”, configurando buena parte de su novela y envolviendo a sus protagonistas, que es algo similar a lo que hoy ocurre con el viejo monte Jaizkibel, que a pesar de los años y aunque uno regrese allá una y mil veces, sigue siendo un paraíso que nos protege del Cantábrico y alberga en sus laderas el hotel de Diego Rodríguez y Marga Gaztañaga.
Perdonarán la murga de abuelo cebolleta, pero siendo chavales y en una de aquellas tardes de verano en la que anochecía en el jardín, rematábamos el día con sidra, vino y tortillas de patata, hablando de lo que comeríamos al día siguiente, ya saben, ese eterno runrún tan nuestro de soñar el próximo manjar sin terminarnos aún el plato, escuchando el rumor lejano de los maizales mecidos por el viento en la subida a Guadalupe. Pues nada, situados están así que continuemos.
A dos pasos de allí y en una encrucijada de caminos, se levanta el hotel más caprichoso de Euskandinavia, el Jaizkibel, que ocupa el jardín de la derruida Villa Mendi-Alde o “casa del alemán”, que es como la conocimos siempre en el barrio, rodeada de castaños, cerezos, hortensias y un cedro fabuloso que es vigía silencioso de la finca y levanta muchos metros por encima del tejado. Construido en 2001, se ubica en un paraje que ofrece campo y naturaleza caprichosa, mar, descanso, gastronomía, marcha jotera o lo que uno desee en muy pocos kilómetros a la redonda, ya saben que los vascos podemos presumir de vecinos y si algo nos falta, no tenemos más que estirar el brazo y coger la fruta más deseada del entorno, somos más chulos que un ocho.
Los que nos visitan quedan atrapados por nuestra lluvia, la luz y nuestras romerías, festejos y costumbres, germinando en todos ellos esa dependencia por volver y hacer propias la hierba, el agua, la bruma, las sombras y todos los verdes que inspiran hoy a Diego, Marga y a todo su equipo, que ocupan una plaza privilegiada y sirven paz, descanso y una cocina muy bien condimentada.
El hotel fue proyectado por el arquitecto Ángel de La Hoz y contiene un precioso mobiliario de Le Corbusier, iluminación espectacular con piezas de Santa & Cole o Philippe Starck, además de una colección de pintura que reúne obras de Andrés Nagel, Manolo Valdés, Carlos Orlando “el Giacometti vasco”, litografías de José Salís o un fabuloso dibujo de Joaquín Sorolla que viste la entrada y merece por sí solo el viaje hasta allá.
Disfruten por tanto de la vida y de sus oportunidades y vuelen hasta allí para gozar de cualquiera de sus veinticuatro habitaciones y la cocina de Igor e Ibon, que escoltados por Lidia y Aitor en los fogones y Arantxa, Jon y Ainhoa, gran equipazo de sala, proponen una carta sin pretensiones a precio de ganga; podrán comer fabulosamente componiendo un menú con platos la mar de sugerentes, fresca y deliciosa ensalada de cigalas, tomate, vainas y cebolleta con vinagreta de mostaza, txangurro al horno con ese contrapunto rumboso de una espuma de coliflor y manzana caramelizada, foie gras fresco a la plancha con cebolleta bien glaseada, vinagreta de Jerez y miel de alcachofas, rape asado con arroz cremoso de champiñones y hongos con un sustancioso jugo de carne, cochinillo deshuesado y asado para engrasar los morros cosa fina o un cordero lechal (en temporada y los fines de semana) que traen desde el caserío Galtzata oiartzuarra, que acompañan de ensalada de lechuga, cebolleta y abundantes patatas fritas.
No renuncien al postre, los soufflés son pura perdición, el cremoso de chocolate negro a media cocción o el de avellanas, tanto monta, monta tanto, así como la tarta de manzana templada o la de queso, con sus irrenunciables bolas de helado, súper tentadoras, tanto o más que la torrija borracha de leche, jugosa y vestida con una crema de canela y helado de yogur.
Son ya trece años de experiencia y profesionalidad coordinando la celebración de bodas en continuo contacto con las parejas, buscando el encaje perfecto y el toque personal alojando a los invitados, organizando ceremonias y sirviendo unas jamadas de órdago en un espacio luminoso y feliz. En 2015 inaugurarán una preciosa terraza cubierta que será el remate perfecto para gozar como cochinos de la dehesa.
Jaizkibel
Baserritar Etorbidea 1, Hondarribia
Tel.: 943 64 60 40
info@hoteljaizkibel.com
www.hoteljaizkibel.com
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 30 €