O de un aceite fetén.
Nos chiflan los aceites afrutados y verdosos, con ese reguero de gotas que salpican con una elegancia inaudita un salmorejo campeón, un gazpacho recién hecho o unas hojas de lechuga lozana compradas hace escasas horas a la casera salerosa del mercado del barrio.
Este, de oliva virgen extra, procede de Jaén, tierra aceitunera por excelencia, pero curiosamente es monovarietal de arbequina, cuando lo que se impone por esas tierras es el empleo de la picual, excepcionalmente mezclada con otras variedades.
El resultado es de una calidad fetén, líquido imperial que puede presumir de una frescura y una pinocha espectacular.
Huelan, huelan sin recato, intenso, complejo, con aromas a tomate, hierba recién cortada, alcachofa…, ¡dios qué ricura!
En boca es untuoso, pero equilibrado y delicado hasta decir basta, con un amargor y un picante apenas perceptible.
¿Cómo se puede ser suave e intenso a la vez? Pues abran y alucinen, sobre unas rebanadas de pan recién tostado, con unos granos de sal espolvoreados acompañando a un café con leche y un zumo de frutas, es el desayuno de los campeones por antonomasia.
Palabrita del niño Jesús.
Hacienda La Laguna
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