O de un restaurante al pie del Gorbea.
Una tasca que abrió sus puertas el mismo año que Naranjito aterrorizaba al mundo.
Tengo que confesarles que jamás me gustó el fútbol, ni siquiera a esa edad en la que todos los críos chutan el balón con verdadera obsesión hasta hacerse sangre en los dedos de los pies y reventarse las botas de tacos. No es extraño, por tanto, que todo lo que recuerdo del Mundial de España ‘82 sea al pobre “Naranjito”, aquella mascota vestida de calzón corto que no le gustaba ni al tato, pues hasta los críos lloraban desconsoladamente a su paso, vaya panorama.
En cualquier caso, aquella naranja hortera y pizpireta sin sentido del ridículo, aún pareciéndome de dudosa belleza, siempre me produjo un efecto curioso, capaz de provocarme una sed terrible y un hambre del copón, era verla en pantalla o dibujada sobre un álbum de cromos e imaginaba miles de litros de “Mirinda” llenando una piscina olímpica; Aquel refresco llamaba al bocata de onzas de chocolate, el chocolate a la nata de la leche recién hervida untada sobre pan con un buen golpe de azúcar, la leche a la bechamel de las croquetas de carne que se curraba Mari Paz y así hasta el infinito y más allá en una interminable cadena de placeres y momentos felices en la mesa.
Mil novecientos ochenta y dos fue precisamente el año de inauguración del restorán que hoy nos ocupa y no sería extraño que los hermanos Uriarte, sus propietarios, también sufrieran el influjo “Naranjito”; Aquel verano remozaron el caserío familiar que había sido habitado por ocho generaciones anteriores y su voraz apetito les llevó a plantearse que además de vivienda aquello podía albergar una apetecible casa de comidas. Fuera así o por esos curiosos quiebros del destino, lo que comenzó como proyecto de rehabilitación de un caserío antiquísimo, se convirtió en una tasca en pleno monte, a los pies del Parque Natural del Gorbea, lugar delicioso que cuenta hoy con una terraza exterior en la que da gusto comer y por la que se pasean, bien entrada la madrugada, ciervos y jabalíes que se atreven a asomar el morro hasta la mismísima puerta, en busca de alguna que otra golosina olvidada cerca de la cocina.
Intuimos que Mikel y Javier ya nacieron sibaritas, pues les encanta jamar y eso se nota en su carta y en la manera que tienen de proponer sus especialidades. En Arlobi, de la mano también de una cocinera como Charo Arlegui, que se quema las pestañas en el fogón de la casa desde hace casi quince años, guisan con hechuras tradicionales pero con un toque muy fresco, rematado con mimo, sustentando su oferta en un producto cuidado, trabando salsas finas y desgrasadas que da gusto zamparse.
Las verduras de su propio huerto son timbre de gloria, pidan lo que haya en temporada, nos tocaron en suerte unas judías verdes finísimas salteadas y aderezadas con una vinagreta y unas láminas de langostino crudo, monumentales, no menos mortales que los pimientos de Gernika rellenos de hongos con una salsa vizcaína guisada a la antigua, gustosa a más no poder. Estando en el entorno en el que guisan, ahora que llega la época de caza, no dejen pasar la oportunidad de trincarse cualquier estofado de liebre, ciervo, becada o paloma, tratado con mucha mano izquierda y buen sofrito.
Si lo que les pone son las joyas del mar, tampoco saldrán mal parados; Está muy rica la ensalada de pulpo en tajadas con patatas y pimentón e inmaculados los chipirones a la plancha, aunque terminó ya la temporada. Para asegurarse una buena dosis de pegamento “Imedio” en los labios apuesten por el rabo de vaca en salsa que se deshilacha al primer golpe de cuchara y está tope sabroso. Los postres también son aptos para los más golosos, así que sumen, ustedes que pueden, su necesaria ración de calorías con la bomba de trufa con helado de mandarina, el hojaldre relleno de arroz con leche casero o el pastel de caramelo con helado de frambuesa, ¡ñam!, el diablo se viste de Prada, ya saben.
En los días de labor no tendrán problema para encontrar un hueco en uno de los dos comedores habilitados pero, ¡ojo!, porque en fin de semana aquello se pone hasta la bandera de forasteros seteros o “korrikalaris” que pululan por los alrededores disfrutando de una naturaleza en puro estado de gracia. ¡Ah!, en el mismo pueblo, a muy pocos metros, alucinarán en cinemascope contemplando el palacio que perteneció a la familia Iturrate, se les caerán lo ojos, y si algún vecino les cuenta todas las venturas y desventuras que esconden sus paredes, puede que también se les caigan los oídos.
Arlobi
Elizalde, 21
Sarria-Álava
Tel.: 945 430 212
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 40 €