Txiki

O de una tasca donde celebrar la vida.

Un tasco con mucha casta reducido a tres mesitas y algunos taburetes.

Para hacer una banderilla de campeonato no hace falta liarse la manta a la cabeza, pues de todos es sabido que con un palillo mondadientes, algunas conservas, patatas, cebollas, huevos y salsa mahonesa, se han venido haciendo en este país auténticas obras de orfebrería dignas de las barras más reputadas.

Sin ir más lejos, en la mismísima ciudad de Vitoria existen tascos en los que celebrar la vida sin necesidad de recurrir a las moderneces, que en la mayoría de los casos, traicionan la condición que debe reunir un pincho de toda la vida, a saber, rico, guarro, pringoso, recién hecho, de enunciado corto y sin tonterías. Por eso, un recorrido en el que no están todos los que son ni son todos los que están, arranca en La Bodega de la calle Florida con una de sus banderillas frías ensartadas; trocean espárragos de lata bien gruesos y huevos cocidos en cuartos y los ensartan en palillos con un langostino y una oliva bien gorda, pringando todo de salsa mahonesa y huevo rallado, para que peine ricitos de oro: inmejorable con una chopera de vino del año o un vaso de vermú de grifo.

En el Rincón de Luis Mari sirven otra especialidad clásica pero magnífica, que carga a lomos de una rebanada de pan un pimiento del piquillo, anchoas en salazón, huevo y salsa mahonesa. Continúa el festival en el Sagartoki de Senén, del que ya dimos debida cuenta en estas páginas, que monta una barra de campeonato en la que destaca un paquete frito con forma de ravioli, con todo el sabor del huevo frito con patatas y tocino, lo metes en la boca y es puro néctar imperial, pedirías otro, y otro, y otro, y así seguirías jamando paquetitos fritos como si no hubiera un mañana. A lo loco.

La oreja rebozada del Gaona es otro monumento a la cocina gore, barata, gelatinosa y sabrosa a más no poder, sobre todo si recién servida, se acompaña de unas tiras ardientes de alegrías riojanas o se rocían de salsa tabasco, que es como se zampan los cangrejos los cazadores de caimanes de Luisiana, que en el Bodegón de José Ramón camparían a sus anchas rifle en mano, boquiabiertos, pues no hay escuela ni universidad superior a esa vida que los taberneros viven al otro lado de la barra, ¡yija!

Y el pincho supremo, ya lo saben, es la tortilla de patatas, ¿se puede soñar algo mejor? Lo deja bien claro el repeinado Carlos Herrera, tortillero mayor del reino, “la búsqueda de la tortilla perfecta es un ejercicio inagotable, pues los tortillistas rastreamos pistas, investigamos, seguimos consejos, trazamos mapas del tesoro, compartimos descubrimientos, igual estamos en Palencia, donde La Encina, que en Valladolid, donde Ely, que en Bilbao, donde Izaro o en Vitoria, donde pueden presumir de tener el bar Txiki, pequeño, simpático y familiar, que elabora una tortilla mareante y excepcional”.

Todos poseemos una tortilla que marcó nuestra vida, ¡sí!, deténganse en la lectura y recuerden aquella redonda y bien jugosa que cuajaban en el bar debajo de su casa o aquella otra, ¡divina!, que hacía la mujer que ayudaba en casa cuando eran críos, con cebolla, pimiento verde y ajo a cascoporro que partía la pana; también haré de esta sección mi sillón de sicoanalista y les confesaré que mi infancia son tres tortillas deliciosas de patata muy tostada, jugosa y firme como las cachas de Edurne Pasaban; la primera se la curraba Milagros en el Bar Yola de Hondarribia, compacta y jugosa, inmejorable si estaba fría con muchas horas de barra; la segunda era la de Ita del Bar Tres Hermanas irunés, grasienta, amarillenta por el huevo campero bien batido y una cebolla tostada revolcada en papas fritas; Ramón del Bar Zabala hacía la última, deliciosa, con la patata troceada en dados tiernos, dorada en un pis pas y puesta en el plato con el huevo chorreante, como la del bar Txiki que hoy nos ocupa.

Sus dueños, Rosa Romo y Francisco Rubio, cordobeses oriundos del Valle de los Pedroches, se vinieron para Vitoria muy jóvenes. Los primeros pasos en la hostelería los dieron en «Cento», conocido local de los años 70; ya en 1974 inauguraron el “Rosal”, hasta que en 1981 inauguran el “Txiki”, que como el nombre indica es un tasco pequeño con el corazón gigante. Ahora, treinta años más tarde, los patriarcas no siguen activos y disfrutan de un merecido descanso, pero dejaron una huella imborrable por el cariño y la atención prestada a todos sus clientes y amigos. Y el testigo lo recogieron sus hijos, Raúl, Joseba y Marta, que se deslizan por el estrecho comedor sirviendo las raciones y los platillos que hacen del Txiki un sitio superior reducido a tres mesitas y algunos taburetes en los pueden picotearse algunos boquerones en vinagre, morcilla, txistorra, croquetas o delicados fritos de toda suerte y condición.

Pero no olviden que la verdadera diva del local es la tortilla de patatas que elaboran sin cebolla, bien confitada y cuajada volando por la sartén, con una coraza que esconde un corazón caliente y jugoso de huevo tibio. Si son valientes, pidan que la escolten con un platillo de alegrías riojanas y así verán París: sobre cada mordisco, ¡ñam!, colocan una tirita roja de picante estilo Tijuana y a sufrir, que son dos días y estamos bautizados.

¡Ah!, en estos momentos Raúl dedica sus horas al restaurante recién inaugurado de enfrente, “Los Pedroches”, al que deseamos salud y larga vida, pues ya tiene espejo en el que reflejarse para que el negocio dure un porrón de años: la tasca que lo vio nacer al otro lado de la calle.

Txiki
Avenida Sancho el Sabio 14
Vitoria–Gazteiz
Tel.: 945 134 363

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 25 €

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