Maestros, maestras

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O de una profesión en la que dar ejemplo, mantener el tipo y conservar la energía.

Recientemente vi una película argentina titulada “Un Cuento Chino” en la que un magnífico Ricardo Darín interpretaba a un taciturno ferretero al que le rompía las pelotas un cliente tontolhaba que le pedía que pesara los clavos, pensando que le vendía menos de los 100 gramos que el comerciante calculaba a ojo de buen cubero.

La escena, una de las mejores de la peli, me viene continuamente a la mente cuando un “gran” político del panorama actual quiere pesar las horas de los maestros, aduciendo que trabajan menos que el resto de los mortales.
¿Acaso ha pesado las jornadas laborales de los profes? ¿Las ha medido? ¿Ha considerado seriamente lo que significa un día en la vida de un maestro?
Espero que me perdonen por el berrinche, por el cabreo, por la indignación difícilmente contenida, pero no me callo.

Y dedico estas líneas a mi madre. ¿Recuerdan? Esa madre que maltrata a las paellas… La misma, pero esta vez no voy a criticar sus magníficas dotes culinarias, sino a descubrirme ante su dedicación profesional.
Debe de llevar unos 35 años enseñando. Y aunque ella dice lo contrario, su trabajo demuestra que mantiene la vocación intacta tras siete lustros domando bestias.

Casi nadie es consciente de lo que supone enseñar, dar ejemplo, mantener el tipo, conservar la energía, aguantar a unos y otros.
¿Alguno de ustedes se ha parado seriamente a pensar lo que es llegar a clase cada mañana, contener la energía de sacos hormonales en plena ebullición y tratar de meter con palanca cuatro conceptos en sus locas cabecitas?
Y así, cinco horas seguidas…

Salir del cole y tardar horas en hacer un trayecto de unos pocos centenares de metros en una hora. Atendiendo a padres desesperados por la ineptitud de sus vástagos, a madres que piensan que sus hijos son genios incomprendidos y que son precisamente los maestros los que no están a la altura, tragando quina…
Llegar a casa tras una jornada extendida con claustros, reuniones de padres y sandeces varias de las que se le ocurren al director (¿el crucifico, en cerezo o en avellano?) y, en vez de ponerse a ver las recetas de arroz de David de Jorge en el iPad, volver al “trabajo”.

Hay que corregir exámenes, preparar clases –sí, sí… se renuevan cada año, y hay que adaptarlas a los coeficientes intelectuales en declive de los alumnos , rellenar formularios infinitos, atender la llamada (una vez más) de la madre iracunda que no entiende cómo un uno sobre diez puede ser un suspenso… “¡¡Mi hijo es muy listo, es usted la que no sabe enseñar!!”. En fin.
Y así, en bucle.
¿Dedicación plena? ¿Disponibilidad inmediata? ¿Eso no había que pagarlo?

 

Notas al pie: El autor quiere solidarizarse, también, con todos aquéllos y aquéllas que sufrieron a pésimos y malos maestros y maestras, que de todo hay en la viña del señor: uvas de las que salen grandes reservas pero también vinos laxantes. Y, por supuesto, no, no soy objetivo. Es mi madre, y es una maestra querida y respetada por una inmensa mayoría de los centenares de alumnos y alumnas que han pasado por sus manos.

3 comentarios en “Maestros, maestras

  1. leno

    Si ya no respetan al maestro ni siquiera los ministros… así nos luce el pelo. Y peor que se va a poner la cosa, ya verás.

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