Viento sur

O del mejor restorán a este lado de la Zurriola, forastero.

Eugenio tiene claro que el gourmet inteligente y furioso necesita vengarse de tanto aburrimiento.

Amélie Nothomb es belga como una gruesa andouille de cerdo y escritora como Virginia Woolf, criada en Kobe, como esas vacas enanas a las que se les masajean los cuartos traseros con cerveza mientras escuchan ensimismadas la novena de Beethoven, ¡chúpense esa!; en Metafísica de los tubos, delicioso relato, nos cuenta la autora sus primeros tres años de vida con terrorífico detalle, en los que pasa de adoptar la inerte forma de un madero como condición existencial, a desenvolverse entre adultos con suma crueldad; ¿qué acontecimiento activa su cerebro y la despierta de su letargo vegetal? Nada más y nada menos que un pedazo de chocolate blanco que su abuela le desliza cierto día en la boca y que Amélie chupa y rechupa, descubriendo de tal forma que el verdadero sentido de vivir, no es más que desear y ansiar con toda el alma el placer siguiente a cada mordisco y desafiar a la muerte, si es necesario, flotando boca abajo en un estanque a rebosar de gordas y repugnantes carpas, ¡uf!

Tomen aire. Sí, realmente les sonará marciano, pero no olviden que los místicos describieron como electrizante ese preciso instante en el que, teniendo un pie en el otro barrio, experimenta uno el supremo placer y gozo de la ligereza carnal y la serena placidez, que para los más legos, debe ser algo así como zamparse una empanada de perdiz escabechada y trincarse botella y media de Valbuena quinto año acompañado de Martina Klein, descalza y vestida con transparencias de Valentino, ¡puro éxtasis!

Volviendo a la Nothomb, escribe algo que yo mismo pensé muchas veces a propósito de la actitud vital que más detesto, el listomari afectado, párrafos que uno no pudo soñar redactar jamás con tamaña hermosura, precisión y en menos líneas, vaya tía, lean, “… desde hace mucho tiempo, existe una inmensa secta de imbéciles que oponen sensualidad e inteligencia. Es un círculo vicioso: se privan de placeres para exaltar sus capacidades intelectuales, lo cual sólo contribuye a empobrecerles…”, en nuestra gastronomía patria tenemos ejemplos de tontos de tales características, piensen un segundo, rien ne va plus.

Sigue la dulce Amélie, “… se convierten en seres cada vez más estúpidos, y eso les reconforta en su convicción de ser brillantes, ya que no se ha inventado nada mejor que la estupidez para creerse inteligente. El deleite, en cambio, nos hace humildes y admirativos con lo que lo produce, el placer despierta la mente y la empuja tanto hacia la virtuosidad como hacia la profundidad. Se trata de una magia tan potente que, a falta de voluptuosidad, la sola idea de voluptuosidad resulta suficiente. Mientras existe esta noción, el ser está a salvo. Pero la frigidez triunfante está condenada a celebrar su propia insustancialidad. Uno se cruza a veces con gente que, en voz alta y fuerte, presume de haberse privado de tal o cual delicia durante veinticinco años. También conocemos a fantásticos idiotas que se alaban por el hecho de no haber escuchado jamás música, por no haber abierto nunca un libro o no haber ido nunca al cine. También están los que esperan suscitar admiración a causa de su absoluta castidad. Alguna vanidad tienen que sacar de todo eso: es la única alegría que tendrán en la vida”.

Afortunadamente, además de egochefs horteras que sueltan consignas indescifrables, existen lugares como Viento Sur, en el que puede comerse sin tontadas ni bobadas tecno-descacharrantes, gracias al trabajo de Eugenio Rafel y su chica, Mari Carmen de la Isla, sevillanos de pura cepa que pilotan el mejor restorán de La Zurriola donostiarra; a Eugenio le ayuda Redempta en cocina, una muchacha filipina con la que se entiende a las mil maravillas, y a Mari Carmen, le asiste Fran Vega en la sala, que no corta el mar sino vuela, como un velero bergantín.

Las abejas saben que sólo la dulzona miel proporciona a las larvas el gusto por la vida y no traerían al mundo tan ansiosas chupadoras alimentándolas con brotes de alfalfa o resina de pino griego; aunque algunos convierten sus casas en un valle de lágrimas en el que se comen tontadas místicas, el patrón de Viento Sur tiene claro que el gourmet inteligente es un animal furioso que necesita justificación para tantas comilonas fallidas y demasiado aburrimiento; propone, por tanto, sashimi y tartare de atún de almadraba aliñado con alegría, jamón ibérico de bellota, caña de lomo y gamba blanca de Huelva bien cocida; ¡viva la fritura!, las ortiguillas están fetén, las croquetas de jamón y pollo cremosas, el choco y las puntillitas hacen volantes de seda en el aceite caliente y las almejas a la manzanilla están para untar pan y no dejar ni gota.

El pescado del día a la sal o a la espalda, servido con patatas panaderas, ajoaceite y mahonesa, el bacalao confitado con crema de ajoarriero, tomate y albahaca, la paletilla de cordero rellena de manos con patatas al limón, el solomillo o presa ibérica con papas fritas y salsa de mostaza, el arroz caldoso con carabineros y los callos de ternera caseros nos colocan ante lo que realmente vale la pena de ser disfrutado, comido y vivido: de postre, el color del agua y la peste del cloro en el que aprendimos a nadar, el perfume de un jardín recién segado, el sabor del aguardiente de papá probado a escondidas y otros descubrimientos intelectuales servidos con crema, o mejor, con guindas y mucha nata.

Viento sur
Zurriola 4-Donostia
Tel.: 943 291 333
www.vientosur.es

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 70 €

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