No digas que has perdido la fe mientras no te haya dejado el sentido del gusto.
«Cuando se vive muchos años fuera de la tierra, uno pierde el idioma, olvida a los amigos, adopta nuevas costumbres, pero nunca abandona las especias que sazonaron los alimentos de su niñez, ya que el Dios verdadero cabalga sobre la pimienta, el estragón o el comino. No digas que has perdido la fe mientras no te haya dejado el sentido del gusto. De pronto descubres tu propia historia en un sabor a guindilla o en una sopa de ajo. Cuando seas mayor, un día en que estés desprevenido, después de tanto tiempo, tomarás un potaje y por un instante todo volverá a comenzar. A la primera cucharada te verás de niño entrando por la puerta del jardín y el fondo de tu memoria se iluminará con la sonrisa de tu madre, el sentido de la culpa volverá a cubrir tu cerviz con tallos de espinaca y te sentirás cobijado. Otra cucharada, y tu alma ya estará salvada. A mí me ha pasado muchas veces.»
Escrito por Manuel Vicent.
Crédito fotográfico by López de Zubiria