Viura

O de un imponente hotel mitad cemento mitad garras de metal.

Un lugar que les sorprenderá por su arquitectura, comida y cama, pues no hay hueco que no alumbre ingenio.

Es cierto que la intervención del arquitecto canadiense F. O. Gehry ha convertido Rioja en un catálogo de estupendas bodegas transformadas en arrebatos de florida arquitectura contemporánea, edificios dispares que desafían la gravedad y el ángulo recto, salpicando el paisaje con intermitentes destellos de chapa, titanio, acero corten, hormigón y cristal, transformando el terreno en una piel centelleante, especie de “Gotham-City” a orillas del Ebro.

Villabuena de Álava, al pie de la Sierra de Cantabria, se ha sumado al carro de la modernidad plantando en mitad del pueblo su correspondiente “halcón milenario” anclado al suelo con forma de hotelazo semiadosado a la iglesia parroquial, imponente si se mira de frente por lucir melena punki, como un gigantesco brontosaurio agazapado de cemento y garras de metal; esa fachada descacharrante de cubos descompuestos medio derrumbados, le ponen a uno el pelo en punta pues parecen una nave nodriza de la saga de la “Guerra de las Galaxias”, tócate la minga, Dominga, si viene Georges Lucas alucina en cinemascope, vaya traca.

Pero el asunto no pasa a mayores y no aparecen extraterrestres, ni es cosa de Chewbacca o de Han Solo, tamaña preciosidad se debe a los amigos de “Designhouses”, que en colaboración con la arquitecta Beatriz Pérez, construyeron un lugar mágico; nada más abandonar el auto en el parking, se adentrarán en un mundo particular parido sin los convencionalismos clásicos de los hoteles de toda la vida, sin vestíbulo, ni salones y sin las habituales zonas de paso, todo se mezcla en un espacio vertebrado por el mobiliario y una enorme mesa de recepción, sobre la que podrían retozar sin problema tres o cuatro vacas lecheras, qué encimera, madre mía del amor hermoso, qué dimensiones, ¡por Dios!

Arriba, las habitaciones, dispersas y ocultas a los curiosos, rotuladas con tiza y a las que se accede tras dejar atrás unos anchos y silenciosos corredores; los objetos y muchos muebles han sido fabricados ex profeso, los cabeceros se proyectaron para cada habitación a partir de fotografías bien preciosas y el ambiente invita a bucear bajo el edredón de plumas que cubre cada cama, grande como un estadio de fútbol; hagan hambre, sí, quiebros y requiebros, centren el disparo, lancen a puerta, ¡gol!, salten desde lo alto del armario con la tanga de leopardo y suden la gota gorda para desear con mayores ganas una mesa en el precioso restorán de la planta baja.

Ahí ejerce con mucha exigencia profesional Emilio Andrés Contreras en los fogones, y José González Godoy, simpático sumiller al frente de la bodega; resulta que al hacer la obra tropezaron con el calado de la Casa de los Diezmos y un pasadizo que conducía desde la iglesia de San Andrés hasta la misma calle, ya saben, hay ocasiones en la vida en las que algunos deben salir por patas, huyendo de la pasma. Pues ahí mismo, el bueno de Godoy, encontró acomodo para sus criaturas, casi doscientas referencias de vinos riojanos, paridos algunos de ellos en el mismo pueblo o a pocas parcelas de distancia de la sala.

Escuchen. Una pareja que viene cansada tras un viaje complicado en auto, confiesa en voz alta que soñaron en mitad de la ruta con que el hotel y la cena les enmendara el fastidioso viaje, y así ha sido, dicen felices, compartiendo el comentario con todos, que reímos al unísono, ellos ya se van, pero nosotros nos sentamos; ¡hay hambre!, llegan unos aperitivos de salmón marinado al vino tinto y una sopa de melón con cecina; las verdinas guisadas con perdiz, son plato de legumbre fundamental, así como la menestra de verduras frescas, verde que te quiero verde, nadan sobre un jugo delicioso perfumado de ajo; la ensalada de morros de ternera y manitas de cerdo con cigalas, berberechos y una crema de remolacha está de toma pan y moja, montada con mucha gracia, perfecta como telonera del soberbio costillar de cordero lechal en adobo, asado en su jugo y servido con una compota de berenjena, muy sabrosa y acicalada con especias orientales, sabe a “garam masala” o “curri” hindúes, un par de huevos le echa el chef perfumando su cocina en pleno territorio comanche del “justo un poquico de laurel” para las patatas con chorizo.

Y de postre, melocotón de viña en almíbar ligero con yogur pimentado y sorbete de mandarina o, mejor, una estupenda tarta “ultraligera” de manzana extrafina con jalea de violetas, algo así como “comerse el vino y beberse el postre”, pues lo sirven con una deliciosa sidra de hielo del Quebec; Ale, ya está, café y a dormir como benditos, si dejaron por la tarde deberes a medias, es el momento, ¡zaska!

Amanecerá y tras el baño, espera un desayuno que promete; aún les sorprenderá la arquitectura, no hay hueco que no alumbre ingenio, dan ganas de salir corriendo tras el más anciano del pueblo y preguntarle su opinión de todo aquello, ¿qué, Faustino?, ¿qué le parece? “Paice” que fuera a caerse, pero está bien “bonico” y se come de miedo, anda vierte un “culín” en el vaso y calla, ordinario, ¿cómo que “zaska”?, marrano, deslenguado.

Viura
Calle Mayor s/n
Villabuena de Álava
Tel.: 945 609 000

www.hotelviura.com

restaurante@hotelviura.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 70 €

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