Manuel Gago

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O de los placeres de un galego más galego que un lacón con grelos, la lamprea y el pazo de Mariñán.

¿Un placer compartido?

Coger el coche sin destino decidido y tiempo suficiente, abrir las orejas, mezclar la memoria con la sorpresa y que pase lo que tenga que pasar. Que suele ser mucho.

¿Un placer de tu niñez?

Esconderme en un puf africano que mi padre había traído como souvenir del Congo a leer libros inapropiados para mi edad. El viejo puf ha desaparecido y los sucedáneos suecos que ahora están tan de moda no tienen ese olor penetrante del cuero africano. Lo de los libros inapropiados sí que lo mantengo. Por vicio.

¿Un olor placentero?

Cuando las autoridades pertinentes permiten limpiar las fincas, el olor del quemado de rastrojos húmedos en el campo, esas tardes de domingo en las que la atmósfera está tan pesada que el humo no levanta de la tierra.

¿Un placer egoísta?

Comprarme alguna novedad tecnológica -ámbito multimedia o culinario- sin premeditación y con alevosía, decidiéndolo apresuradamente un par de horas antes y, despues, probar a asustar a mi pareja con el nuevo invento en cuanto llega de viaje. ¿Enrevesado, eh?

¿Un placer para tu oído?

En las tarde-noches más húmedas del invierno, meterme debajo de la fachada de la Inmaculada de la Catedral de Santiago a escuchar la loca jam session de gotones de lluvia que explotan contra la piedra y el musgo.

¿Un placer para tus ojos?

Laderas llenas de viñedos hasta que se nos pierda la vista y se nos haga agua el paladar.

¿Un placer carnal?

Literal. La pedazo carne de vaca vieja que prepara Flavio Morganti en Pereiro de Aguiar (Ourense).

¿Un placer desconocido?

El placer de hacerlo conocido.

¿Un placer del gusto?

Tomarme un vinazo que me hable como el diablo a la oreja de Lutero.

¿Un placer anacrónico?

Sentirme explorador del XIX en una vieja tierra en la que aparentemente todo ha sido encontrado. Y saber que aún hay huecos y que la curiosidad puede crear mundos nuevos por explorar. Hay que retomar ese espíritu para reinventar nuestra relación con la tierra y las gentes.

¿Un placer que no cueste dinero?

Las Cantareli y todo el cuarto reino en general. Hoy ya vimos las primeras macrolepiotas, gordas como puños. Tú deja que pase una semana.

¿Un placer del que avergonzarte?

Me gustó El Bosque, de Narayaman. Y Señales. Ya, ya lo sé.

¿Un placer fuera de tu alcance?

Alternar meses en Asia, América y volver, para la vendimia, a mi castillo en la vieja Europa. No cumplo ninguno de estas premisas, pero molaría, por lo menos para saber qué se siente. Pensándolo, esto también encajaría en Placeres anacrónicos.

¿Un placer irrenunciable?

La cata doméstica o íntima de grandes vinos del mundo, rodeado de gente a la que quiero, estimo y respeto. Describir un vino, ponerle palabras sin miedo, es sobre todo esforzarse por compartirlo.

¿Un placer sobreestimado?

Todos aquellos a los que le dedican varias páginas los dominicales y que no pueden comprar el 90% de sus lectores. ¡Y luego nos extraña que los periódicos pierdan ventas!

¿Un placer golfo y confesable?

Mirar con descaro a los conductores y conductoras de otros coches en las esperas de los semáforos, aprovechando la discreción del retrovisor. Casi todos se meten un dedo en la nariz, por cierto.

¿Quién es Gago?

Manuel Gago es un tipo que es feliz y no tiene reparos en contarlo. Y es un entusiasta, aunque desde que he escuchado la frase: “las clases altas siempre se entusiasman” en la película Séraphine (una joyita, oigan) me corto algo en definirme así.  Me gano el pan con el periodismo cultural y soy también profe de ciberperiodismo en la Universidade de Santiago. A los blogs me enganché en el 2003 y no paro desde entonces, tanto con Capítulo 0 como con mi sitio de crítica de vinos de la Península Ibérica en inglés, The Wine Codex.

Crédito fotográfico by Sole Felloza

5 comentarios en “Manuel Gago

  1. Xurxo

    Me hace gracia porque cuando me preguntan por Manuel Gago (algo que en Galicia es habitual) siempre respondo que es un entusiasta. El Cunqueiro del siglo XXI.

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