Bar Curotiña

La taberna “chuliña” de Berta en A Pobra

La ría de Arousa es un espectáculo sin rival y conmueve su horizonte plagado de bateas, que forman parte de un paisaje inconfundible. Si visitan A Pobra do Caramiñal, suban a Curota y si hay suerte y el día es claro verán Sálvora, protegiendo la bocana, y sus hermanas Ons y Cíes o el monte de Santa Trega, ya casi en los límites de Portugal. Los zampones como yo solo vemos bateas e imaginamos latas de mejillones de Ramón Franco, gordos, rechonchos y empapados de ese escabeche fino que no tiene rival. A la salida del pueblo, en Punta Saleira, encontrarán un desvío impracticable que lleva hasta sus instalaciones, ándense con ojo porque acabas reventando el maletero de cajas y dejando la cartera tiesa.

Otro lugar paradisíaco es la playa de Cabio con esos macizos rocosos en los que los zagales se lo pasan teta, aprendiendo a depredar saltando de piedra en piedra, descalzos o con cangrejeras y armados de cubos y palos. Rascan lapas para conseguir cebo, los apedrean rescatando su carne y preparan sus anzuelos para trincar cangrejos incomestibles o alguna nécora, si hay suerte. Desde el chiringuito Lombiña disfrutas del espectáculo, cerveza en ristre, y es un despelote pispar a los críos y a muchos adultos enganchados a la pesca, ¡menudo panorama! Muchos peinan canas, armados hasta los dientes, dirigiendo a una horda de criaturas. Se pegan todo el día mariscando, y cuando aterrizan, muestran orgullosos sus rasguños, arañazos y heridas de guerra.

Los miércoles hay mercadillo atómico en A Pobra, ¡ver para creer!, y encuentras baldes, paraguas, quesos de nata, chorizos, “borsos” de “Luis Bution”, “Burriverri” o “Pimba y Bola” y broas de pan prieto, sin un solo alveolo, duras, macizas y compactas como un meteorito espacial. Las mismas aldeanas ofrecen una harina gruesa y grasa de maíz, rebozo inmejorable para freír los jurelitos que se venden en los puestos de la cercana lonja. Aquello es un país de cucaña en el que los embutidos y los mariscos cuelgan de los árboles. El desayuno habitual es el periquito suave y esponjado, brioche pantagruélico de tamaño desproporcionado, con suela tostada y un pellejo de azúcar perlado que cristaliza en el horno. Aún tibio, es un despiporre desmembrarlo frente a un tazón de café y soñar que eres arponero y que en un rato embarcarás rumbo a Terranova, a perseguir ballenas. Imaginen paridas, aunque no sean ciertas y te esperen los chavales gritando en el portal con sombrilla, bote de Nivea, balón y nevera llena de refrescos, gazpacho y botellines de Estrella Galicia.

La localidad está pletórica en primavera y verano, otoños e inviernos son harina de otro costal, duros, oscuros y reservados a las miserias diarias que ofrecen la soledad, la mala mar y las noticias del informativo. El clima es benigno y pocas veces aprieta Lorenzo sin compasión, el termómetro es prudente y vives fenómenos tan acojonantes como que luzca un sol de chicharra y sople viento del norte, creándose una fabulosa sensación térmica. Los sureños y mesetarios, que tienen confitada la sesera de tanta calorina, alucinan allá en cinemascope durmiendo con camisón o cubiertos con mantas. La oferta hostelera del pueblo es una fantasía, variada como una colección de Pirotecnia Zamorano. Hay baretos de poteo en los que los parroquianos echan tragos, bocaterías, tabernas irlandesas, tiendas de chuches con grifo de cerveza, heladerías de cucurucho mantecado y el legendario “Mordiscos” con su camarero de la NBA y carta infinita de sangüis y hamburguesas que vuelve loca a la chavalería. También hay algún restorán de alto copete que alarga las sobremesas para que los clientes se mamen, apurando sus cigarros habanos en la terraza. Y en ese ir y venir de gente en chanclas, repartidores, vecinas, buhoneros, turistas, marineros y críos chapoteando en las fuentes, está Berta en su Curotiña, que es una tasca de pueblo que pasa desapercibida, sin aparente gracia ni salero. Escondida en una pequeña plazuela junto a la carretera que lleva a Palmeira, enseña la patita con los típicos destellos de lugar casta y auténtico, sin memeces: cajas apiladas de refrescos, periódicos viejos sobre la barra, vitrinas expositoras con tres bollos resecos, suelo hidráulico, mesas gastadas de madera y parroquianos desperdigados acá y acullá que acuden puntuales a su cita con su café con chupito de orujo, su vermú con aceituna o su vino pelón, mientras afinan el oído para trincar el parte diario. Berta, la jefa de la barraca, atiende con paciencia, temple y el cariñoso desprecio del que lleva toda una vida detrás del mostrador y sabe radiografiar al cliente. No la atosiguen, tengan fe, sean educados, pórtense bien, charlen con la fauna local, beban gozando del frescor del vino rosado deslizándose por el gaznate y disfruten cada una de sus especialidades: pimientos fritos, pulpo a feira, calamares, raxo al ajillo y una tortilla insuperable, ¡de otra galaxia!, recién hecha, jugosa y con una piel tan fina que transparenta cada pedazo de patata. Si van y hay gatillazo, merecen segundas y terceras oportunidades. Para dormir, sin dudarlo, vuelen a las EcoCabañas en Crocha Ponente y pregunten por Antonio. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.

Bar Curotiña
Cinco calles 4 – A Pobra do Caramiñal
T. 981 831 453

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO ***/*****

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