Chez Cousseau
La culpa es mía por visitar ilusionado una vieja gloria, pues como ya sabrán, todavía mantengo intacta la ilusión por comer y beber en restoranes. Me paseo mentalmente por las casas que visitaré y consulto las cartas en el ordenador, imaginando los manjares que desfilarán ante mi barriga. Aún mantengo vivo el recuerdo de los Cousseau en los días de la UCD, cuando íbamos a comer foie gras a las uvas, en aquellos tiempo de Adolfo Suárez en los que Gracita Morales limpiaba la plata con Netol en sus películas. Pasaron cuarenta años y no había vuelto por Magescq, ¡ganas tenía!, pues muchos colegas consideran el Relais un santuario al que ir en peregrinación. Para gustos, los colores.
Le he cogido paquete a los franceses y es una pena porque fui fiel defensor de sus modos y costumbres, pasando largas temporadas de mi vida pegado a su costal en los fogones. Me cansan sus gestitos de superioridad y esa arrogancia meneando en la copa nuestros vinos mientras ponen cara de sabiondos perdona vidas, “ah … un bon vin espagnol, quelle surprise!”. Sepan sus majestades que todas sus fiestas más celebradas giran alrededor de nuestros toros, charangas, trajes de faralaes, pañuelo rojo al cuello, pinchos, tapas y jarras de sangría y no hay nada más patético y cursi que una cuadrilla francesa comiendo blanqueta de ternera en un granero, levantándose y sentándose acompasadamente y canturreando cancioncillas de club de petanca, “chevaliers, buvons un coup, buvons-en deux, trularai!”, ¡horror!
No tienen punto medio. Divirtiéndose son unos sosos del copón o rápidamente corren al extremo, mamándose y poniéndose faltones, ¡para darles dos tortas! Llevo años gastándome los cuartos en sus restoranes de postín y estoy hasta el miembro de que me tomen el pelo con la mediocre grandeur y esas ínfulas chovinistas de superioridad de una peña que necesita besar tres y cuatro veces en la mejilla para saludarte. Me consuela que mis padres les sacaran la tela, trabajando como mulas en la desaparecida tienda Margarita. Los franceses más prepotentes jamás hicieron el menor esfuerzo por hacerse entender, y a este lado de la frontera, sin embargo, aprendimos el idioma de Molière porque en tiendas y mercados tuvimos mayor necesidad, que es “la madre de la industria y agudiza el ingenio”.
Vayamos por partes. Le he dado muchas vueltas a este texto y pensé guardar mis ruidos mentales en un cajón, callando para siempre, pero peino canas. En el Relais dan la bienvenida repetidas veces y te hacen hasta genuflexión, pero no hay por dónde cogerlo, frío, aparatoso, grotesco y gotelesco. La finca es deslumbrante, pero el “hardware” es feo, caduco y mohíno, con espantosos muebles y obras de arte, Lladró es minimalista. Al lío. Llego a la hora de comer y me zambullo en la piscina, para envalentonar mi estómago y sentarme a cenar en ayunas con más hambre que un náufrago, ¡qué ilusión! Aprieta el calor, tengo lectura, estoy de vacaciones, nada puede salir mal. Pues sale. Muy mal.
Ducha, me calzo una hortera camisa hawaiana de Carlos el de “papayou”, entro en la sala y nos asalta un escuadrón de camareros, listos para que cenemos como marqueses, ¡iufi! La carta es corta y apetecible y pido cambiar algunos platos del menú degustación por otros que me ilusionan. Pago más, lo que haga falta, soy Raymond Nakachian. Eli “Kimera” es alérgica a los crustáceos y para ella no hay problema, pero para un gordo caprichoso, nada que negociar. Me pongo de mal gas. Caca de la vaca. Mea culpa. Y empezamos con lecciones del maître acerca del refinado trato que se da en Francia a la mujer, como si aquí anduviéramos como Vilma y Pedro Picapiedra. Tampoco allá dieron aún el paso de enseñar la botella que beberás a las mujeres de la mesa, pues es patético que muchos tascos piensen que el “hombre-plátano-balú” es el único individuo con criterio capaz de olfatear y menear una copa, poniendo cara de Vincent Cassel. Picas de aperitivo fríos de nevera, horribles. Personal de sala atropellado, dando vueltas como en el guateque de Peter Sellers. Civet de “apurras” gomosas de bogavante con cerezas (me susurran al oído que acabaré rendido a la salsa, chapoteando pan), ¡no hay quién se lo coma! Foie gras caliente (sale frío) con setas y “pequeñas” habas del tamaño de un balón de reglamento, “petites féves”, ¡menuda risa, tía Felisa! Y como remate, pichón gomoso con setas y guisantes ácidos y resbalosos, “petit pois à la française”. Desde mi mesa se escucha como berrean “oui chef” constantemente en cocina, como en las películas de Louis de Funès. Todo es gris. Como Carpanta, atizo al queso y al pan para quitarme las miasmas y salgo de allá pitando y sin mirar atrás, pasando del postre. Corro a fumar a la terraza y veo al chef desaparecer a lomos de su bicicleta en la oscuridad del jardín, reflejo de lo que ocurre en un país que se lo tiene muy creído. Dormimos y nos piramos sin desayunar. Dice Sabina en una canción: “a donde fuiste feliz mejor no volver, el tiempo habrá hecho sus estragos”. Disfruten, que nos quedan dos telediarios.
Relais de la Poste
24 Avenue de Maremme – Magescq – Francia
T. 00 33 558 47 70 25
relaisposte.com
@relaisdelaposteofficiel
COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Remordimiento campestre rococó
¿CON QUIÉN? En pareja
PRECIO *****/*****