Un travestido

Archivado en: Dicen de mí

untravestido

Si te dio miedo, ración doble.

En 2003, escapando de París, se fue a Mimizan, un refugio gay en la costa atlántica Landesa. Se había propuesto empezar a vivir como travesti, tras dejar su trabajo de arquitecto y huir del tormento que lo mantenía en constante lucha con su familia. Se fue sin despedirse de nadie, a fin de cuentas, nunca habrían aceptado el cambio. Decidió trabajar como drag-queen. Es un mundo muy cruel y las que sobreviven tienen muy pocas opciones: venden su cuerpo, drogas o algún otro asunto mal iluminado.

Sus compañeras no le recibieron bien. Sabían que no era una chica de barrio. Ella era de alta alcurnia, de buena familia, nacida en Saint Germain. La consideraban una diletante. Cuando se sentía demasiado sola, paseaba hasta la playa de Saint Sulpice y, entre las dunas, rezaba por una visión, como John Donne. Pero nunca llegó el arcángel que esperaba y sí la visión de aquella frase que le atormentaba constantemente. No era algo nuevo, ya había tenido antes ese mismo pensamiento, en sueños, cuando se despertaba empapada desde la cabeza hasta los pies. Pero nunca con tanta intensidad: “Salva al planeta. Mátate”.

Sólo cuando bebe una botella de Hermitage de Jean-Louis Chave y coge el micrófono de un karaoke o salta al escenario de algún concierto punk, masculla algunas consignas y se mueve con un casi inexistente traje entallado color pistacho. Estudió teoría musical e imagen y sonido, cantó en bandas de jazz y a pesar de una breve incursión en la música rock, odia la postura machista del guitarrista o el vocalista sexualmente definido y el conformismo generalizado que trajo consigo el punk.

Sólo escucha tres discos, Demons In My Heart, Them Rock y 1 Million Humans Can’t Be Wrong. El primero contiene seis temas no muy largos en alemán, el segundo está repleto de sonidos ambientales e industriales y el tercero, es, ¿cómo podría definirse?, ¿decididamente electrónico?, y lleva en la portada un hombre con una servilleta anudada al cuello surgiendo de un horno crematorio, mientras come con las manos una especie de guiso parecido a los callos con tomate. O algo así. 

Pertenece a la Iglesia de la Eutanasia y considera tremendamente ofensivo que todo el mundo escuche música en inglés y que en todas partes la gente se divierta, beba y coma igual. Eso es destruir la diversidad. Como si no estuviéramos arrasándolo todo suficientemente. Su canto es “un solo mundo, una misma mierda”. Predica, principalmente, que el número de seres humanos debe ser reducido para salvar el planeta. La población crece a un ritmo de 60 millones de personas por año. Todos necesitan comer, vestirse, un techo, medio de locomoción, y el resultado es un caos global, un egoísmo exacerbado que nos lleva, irremediablemente a la extinción de nuestra especie y todo lo que nos rodea: Un ecocidio.

Hoy se extingue una especie cada veinte minutos. Por eso, se ha de reducir la población mundial y para que eso ocurra, los miembros de la iglesia invitan a no procrear, al suicidio, al aborto, la sodomía (o cualquier práctica sexual que no tenga como consecuencia un embarazo) y el canibalismo. Es extremo, pero un tercio de la población del mundo se va a dormir hambrienta, y creen a pies juntillas que para el 2012, el número de gente en esas condiciones alcanzará los dos tercios y el sufrimiento trepará a una escala inimaginable. Muchos desearán haberse muerto, porque va a ser horrible vivir así, dicen.

Cuando explica su apoyo al canibalismo, justifica que hay cientos de accidentes de automóvil al año, y son pocos los recursos que utilizamos y que nos brinda toda esa carne perfectamente buena, delicada, tan sabrosa. Unos cuantos órganos que se destinan para trasplantes y una ingente cantidad de carne excelente que debería ir directamente al mercado de la alimentación, en vez de ser incinerada o enterrada en húmedos cementerios. Las grandes potencias mundiales consumen enormes cantidades de energía para que sus ciudadanos puedan comer carne. Es estúpido. No hay ninguna razón sensible para que el resto del mundo se muera de hambre mientras nosotros comemos carne. Es la mayor expresión de nuestra decadencia cultural. Así ha sido y así será. ¿Pero por cuento tiempo?

Dice ser realista. No espera que los más privilegiados dejen de comer tendones. Sólo quiere asegurarse de que sean humanos. Semejante declaración no puede más que escandalizar, pero ése es el objetivo. La verdad es que se confunde a la gente intencionadamente. Algo tan habitual y antiguo desde que el mundo es mundo y el sol sale por Antequera.

Yo sé que se está preparando un libro de cocina caníbal. Con sus tiempos de cocción, su verdura, su ajo y su correspondiente “acabado y presentación”. Que sea cierto no tiene importancia. De hecho, no debemos dársela, ni tú, ni yo. Ya sabes que quien emplea el escándalo sólo pretende que lo escuchen. Y lo que esta gente pretende es que dejemos de tener hijos.

Dejemos ya de una vez de aplacar el remordimiento que nos produce la destrucción de otras vidas a fin de nutrir la propia.

Comamos gente, no animales. 

Crédito fotográfico by Lefthandrotation