Bar restaurante San Marcial

Más que gavillas.

Uno de esos garitos clásicos en pleno centro donostiarra que nunca deberían de desaparecer.

Uno escucha la palabra jamonero e ipso facto le entran unas ganas locas de echarse algo al coleto, aunque sea un mendrugo de pan rancio. Unas manos hábiles son capaces de hacer virguerías con un cuchillo jamonero frente a un buen material y un mesón de estilo jamonero, con sus perniles colganderos, bien rechonchos y grasientos, rezuman y resumen un estilo de vida único en el mundo, un life style, que dirían los cursis más recalcitrantes de nuestra era, por el que merece la pena levantarse cada mañana, anudarse los zapatos y salir ciscando para darle gracias al universo por habernos puesto aquí y no en cualquier otro jodido rincón del planeta.

Así que lo declaramos, nos gustan los tascos jamoneros, los aperitivos rumbosos, las servilletas usadas en el suelo después del trajín, los fritos que apaciguan la andorga, los pinchos coronados por un buen chorretón de mahonesa, los camareros con casta y los vinos servidos con alegría y generosidad.

Mucho de todo esto lo encontrarán en el bar San Marcial, un clásico del centro donostiarra que casi todo quisqui conoce como Alustiza, su anterior denominación, un garito ubicado en uno de los soportales de un tramo de la calle San Marcial, conocida popularmente como calle Génova por el pijerío reinante, hasta donde se acercan toda una marabunta de foráneos y extranjeros principalmente llamados por los cantos de sirena de su afamada gavilla, más conocida que la chelito en sus años mozos.

Por si ustedes andan despistados les aclaramos que la gavilla, auténtica jefa y vedette iluminada del San Marcial, no es otra cosa que un frito que se han zampado al menos tres generaciones distintas con inaudita avidez, un bocado reventón en forma nave nodriza de las que anuncia Iker Jimenez, compuesta por un trozo de lomo, otro de jamón serrano, queso y un empedrado de bechamel de flipar, que una vez frito y al hincarle el diente se desborda por la comisura en interminables hilos de queso fundido, puro pecado por el que los donostiarras de pro matan literalmente, apostados todos con un ansia caníbal en una barra tan larga como concurrida.

Hay otras muchas cosas que merecen la pena en el garito, si echan un vistazo rápido enseguida localizarán, con el ojo termodetector de las no gilipolleces, todos esos pinchos viejunos que nos alegran la vida, panes sobre los que se acomodan un buen trozaco de roquefort con anchoas y guindillas, otros que mezclan salmón con picadillo de verduras, huevo duro y jamón, una porción de pastela de pescado con su gamba y su correspondiente mahonesa, gildas, etc.

Tanto en la barra como acomodados en las mesas corridas del fondo nunca falta buena manduca reconfortante: jamón, lomo, chorizo, ensaladilla rusa, paté, bonito especial y la llamada ensalada de la casa, elaborada con fiambre de morro cocido, bien de cebolleta, guindillas cortadas y un aliño de aceite y vinagre bien atómico que está para untar pan y no parar, ¡dios, qué ricura!

Siempre entran de muerte unas gambitas a la plancha, un poco de morcilla de burgos que debe de ir irremediablemente unida a una copa de vino o una ración de rabo de buey al vino tinto, de los que espesan el morrete.

Ya hablamos de las gavillas, pero no desmerece tampoco el resto de fritura, sobre si vamos acompañados de chavalada hambrienta: huevo con jamón, las bolas de carne o las tan socorridas croquetas, que aquí son más bien croquetones.

Si nos va el rollo del compadreo, ya saben que lo compartido siempre sabe mejor, tiren de cazuelas sabrosonas: unos buenos callos, ajoarriero, bacalao en salsa o unos pimientos rellenos de carne o de bacalao. Recomendable también la ración de ahumados, la de ventresca de bonito y un buen platillo de jamón cocido, que es néctar que siempre nos saca una sonrisa.

La merluza tiene un lugar preferente en la carta, se sirve frita, a la plancha, en salsa verde o el rico cogote bien preparado para chupar con ahínco, aunque tampoco suelen faltar otros pescados como el rape al horno o un clásico bacalao con tomate, que gasta ese saborío de antaño que nunca aburre.

A los que tienen diente de sierra y les pone cachondos el mundo carnívoro, aquí también podrán encontrar su buena ración de chuletón, tierno solomillo o adictivas chuletillas de cordero.

San Marcial es uno de esos baretos de toda la vida, capitaneados por Luis, el incombustible sheriff de la casa, con una ejercito de camareros forjados desde los inicios que saben un potosí y a los que da gusto verles currelar. Tiene un mérito del copón saber mantenerse en la brecha, frente a viento y marea y toda la tontuna de la modernidad. San Marcial es uno de esos garitos de toda la vida que nunca deberían de dejar de existir para que los irreductibles siempre encontremos nuestros particulares reductos de gozo y alegría, ¡larga vida!

Bar restaurante San Marcial
C/San Marcial, 50 (20.005 San Sebastián)
Tfno: 943 43 17 20
www.facebook.com/BarSanMarcial

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 20-40 €

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