Virgen del Mar

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Guiso con sentido y sensibilidad.

O de la casa de La Farona que es la reinona de los mares en pleno Murcia.

Como todo el mundo sabe a estas alturas de la película, mi infancia huele a lejía y a tortilla de patata con cebolla tierna y su imperfecta redondez, reventada de huevo. La hacía Mari Paz, que era una extremeña que curraba en casa y ayudaba a mis padres, que se pasaron toda la vida trabajando a destajo en la tienda Margarita.

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También tuve la suerte de tener en mi vida a Gregori, otra mujer que aún sigue en villa Kurlinka cuidando de los que quedan vivitos y coleando y que cuando murió mi padre, lloró desconsoladamente. Una fiera murciana llena de energía que lo mismo fragua un pisto con su tomate, unas albóndigas, unos champis encebollados, una carne mechada, pela una gallina o se abalanza a garrochazos contra un avispero que anida en la misma puerta de la cocina, ¡buena es ella!, una especie de McGyver pero con bata de casa.

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Por eso es una felicidad volver a Murcia crecidito y comprobar que esa luminosidad y esa raza que nuestra Gregori atesora en la mirada y en cada uno de sus gestos, es la misma que destila una ciudad viva y preciosa, que se desgañita para que el visitante goce, disfrute, pasee y se contagie del optimismo y el buen rollo de sus mercados, sus comercios, sus plazuelas y sus gentes, que pierden un ratito de su mañana si es menester para acompañarte hasta tu destino si te sienten perdido. O te recomiendan con entusiasmo desmedido que te zampes un pastel de carne de Bonache, eches un vermú en la Plaza de las flores o insisten en que no te pierdas un concierto mañana mismo por la noche en la iglesia de San Miguel, porque se te pondrán los pelos del nardo en punta, como la cresta de una fideuá de marisco con sus almejones gordos y su mortero de ajoaceite.

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La cocina murciana hasta hace bien poco ha permanecido en el imaginario del respetable como una forja cargadita de productos hortofrutícolas y mucho desconocimiento, a pesar de que el maestro Luján ya se refirió a ella como “la bella desconocida”, en honor al despiporre de sabor, clorofila efervescente y vitaminas de su cesta de la compra y la delicada exhibición de primores que exhibían y aún hoy atesora su extenso recetario.

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Mari Cruz es garante de esta cocina luminosa que hoy nos ocupa, y sienta sus reales en la chiquita pero coqueta Plaza de San Nicolás, en pleno centro. En su restorán marisquería Virgen del Mar, la Faraona, que es como conocen en la ciudad a nuestra protagonista, manda, ordena y acomoda en hielo esos pedazo de tesoros marineros que aterrizan en su casa a diario desde Mazarrón, su tierra natal, Garrucha, Santa Pola o desde la otra punta de España, Galicia o incluso Madrid, que como todo el mundo sabe, aún hoy sigue manteniéndose como feudo del mejor puerto del país.

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La jefa acicala todo el pescado bien de mañana y arregla los caldos con los que se mojarán los culos de las ollas, pues ésta casa sofríe que da gusto y guisa con ese proverbial don que, sencillamente, se tiene o no se tiene, y que convierte cualquier guiso, caldero o arroz, en un disparo en la sien que levanta la tapa de los sesos. No en vano, la sheriff es reputada en toda la comarca por acompañar cualquier pescado asado, guisado o a la plancha, con su correspondiente salsera a reventar de salsa sofrita de tomate, hecha en casa, que tiene cautiva a absolutamente toda su amable clientela, que muere por hundir en ella el morrete y sus curruscos de pan reciente.

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No duden en arrancarse en la barra con un vinito o una cerveza helada bien tirada y derrítanse con un platillo de hueva de maruca o mújol bien escoltada de almendritas tostadas. Verán que el marisquito más cotizado y fresco lo ponen a la vista del respetable, para ir creando esa ansiedad que al goloso atenaza e inmoviliza pensando en la probable posibilidad de que si no te sientas a tiempo, todo lo bueno se acabará porque otros lo pedirán antes que tú y terminarás comiendo raspas y bigotes pelados de gamba, ¡ay, virgen de las angustias, apiádate de mi, que soy un pecador!

Así que no pierdan paso, que el tiempo vuela, y apresúrense para gozar con coquinas, ostras, percebes, navajas, almejas de carril, zamburiñas, berberechos, centollas, bogavantes, quisquillas, gambas rojas y blancas, gallinetas, lubinas salvajes, ijadas de atún, chernas, lenguados, rapes, rodaballos o merluzas compactas como misiles norcoreanos, que guardan todas las esencias marinas.

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Con toda esta joyería, la casa construye una oferta de guisos que cortan el hipo, tomen nota, bacalao con huevo escalfado y guisantes, marmitako de morrillo de atún, fabes con almejas, olla gitana, potaje de garbanzos con mejillones, sepia con cebolla, pasas y piñones o los pornográficos arroces marineros con almejas, gambas, bogavante azul, langosta cabezona, judías y sepia.

No dejen de probar las alcachofas escabechadas y fritas, pues ellas solitas merecen el viaje, o el pulpo al horno, o el tomate de invierno aliñado con cebolla tierna y olivas de Cieza, los boquerones en vinagre, los cogollos con anchoas bien sobadas y molludas o ese broche final que lleva forma de suflé de melocotones o las tartas, los helados y las delicias de canela o el flan de queso o esas planchas enormes de bizcocho que Mari Cruz trocea y ofrece por las mesas, feliz como una perdiz. ¡Murcia, pero qué bonita eres, pedazo de cabrona! ¡Larga vida a La Faraona!

Restaurante Virgen del Mar
Plaza San Nicolás 3, (30005 Murcia)
Tfno: 968 216679
rtevirgendelmar@hotmail.com
Cierra: Domingo noche

COCINA Marinera
AMBIENTE Modernito
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 50 €

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