O de un rico chispazo elaborado con sidra.
Si son ustedes adeptos a la religión de la iglesia de la vermutología, de la que cada día por cierto hay más fieles, este bebercio les puede interesar por su singularidad. Se trata de un vermú de sidra, sí, sí, como lo oyen, un rico chispazo elaborado con un ochenta por ciento de sidra natural de variedades asturianas, con acidez alta, lo que resalta su frescor.
Posteriormente es filtrada y macerada con hierbas como orégano, manzanilla, etc., que le dan el toque herbáceo y balsámico tan típico de este tipo de bebida, encabezándose finalmente con alcohol hasta alcanzar su volumen idóneo.
Duerme en barricas durante tres meses y su caramelo natural le otorga ese color ámbar sabrosón que anuncia esos amargos molones que tanto nos ponen. No tiene la densidad de los vermús al uso, pero llama la atención el particular fondo procedente de la acidez natural de las manzanas asturianas y el equilibrio fetén entre los amargos y la suave dulzura del brebaje, que pasa fácil y con gusto.
Tiene su aquél, así que si lo encuentran por ahí no duden en probarlo, y si no, como diría el inefable Joaquín Luque, busquen, comparen y si encuentran algo mejor, bébanselo.
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