Alameda

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Pedazo de restorán.

Los Txapartegi cocinan y atienden con la naturalidad y el estilo de los grandes profesionales.

Permítanme hoy, sin que sirva de chovinista precedente, levantar la bandera del paisanaje y del costumbrismo aldeano. Dirán que estoy sensible e incluso un poco moñas, pero consiéntanme un cierto regodeo en las gracias que adornan al pueblo donde pegué el primer berrido. Cuando pateo las calles de Hondarribia pienso en el puñado de eminencias que pisaron esas mismas aceras y acabaron dando lustre a la villa. Machado, Unamuno, Bergamín, Alfonso Sastre o el franchute Pierre Loti sacaron aquí la pluma, mientras que Iturrioz, Regoyos o Ricardo Baroja empuñaban la fina brocha para pintar la bahía de Txingudi.

El pintor onubense Daniel Vázquez Díaz, hondarribitarra de adopción y ferviente defensor de la txapela en cualquier tipo de ocasión, decía que en esa bahía del Bidasoa que pintó tantas veces “los azules se esmaltan y los verdes adquieren una riqueza insospechada de matices”. Lo que no contaba era que entre pincelada y pincelada, junto a la alameda de plátanos que retrató y que ahora lleva su nombre, seguramente se apretaba una cazuela de bacalao y una jarra de txakoli. Allí al lado estaba desde 1880 una de las fondas más antiguas de la ciudad, un lugar donde la salsa era abundante y el vino de pellejo. Popularmente conocida como Gartzinea, desde su terraza rodeada de huertas se podía ver quién se apeaba del tranvía, y desde el tranvía se fisgaba quién tomaba tres platos más postre. En 1941 el restorán cambió de propietarios y de nombre, en honor precisamente a esa arboleda sombreada que inspiró a Vázquez Díaz. Desde entonces se llamó Alameda y sus dueños, los Txapartegi.

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La tercera generación de la familia, encabezada por Gorka, Mikel y Kepa, reformó el local hace ya unos años y sigue como los chorros del oro. Un caserío con baranda, jardín y porche que, aun con la huerta trasladada al barrio de Jaizubia, sigue compaginando la tradición del baserri con la alta restauración. En casa de los Txapartegi hubo y habrá siempre una olla al fuego, y en estos tiempos de lilas, afectados y horteras al fogón, estos tipos cocinan y atienden al personal con la naturalidad y el estilo de los grandes profesionales. Ésos que cortan, pelan, fríen o asan, limpian las chapas, pasan la escoba y se van a casa hasta el día siguiente con el deber cumplido.

Lo que antes fue tasco se ha transformado en un coqueto bar de madera en el que sirven las raciones de toda la vida, pero renovadas y puestas al día. Sin conformarse tan sólo con respetar la cocina tradicional, han sabido mejorar el recetario heredado de tías y abuelas: los calamares fritos rompen la pana, las croquetas levantan a los muertos de las cajas, y los mejillones con salsa tigre picante, el jamón o los callos, son marca de la casa.

alameda_3Si lo que apetece es que a uno le atiendan como a un artista en día de paga, lo mejor es pasar al comedor y ponerse en manos de Mikel o Mariví, oficiantes de sala y responsables de tratarte como a un Picasso en subasta de Christie´s. Allá, frente a los ventanales que muestran las peñas de Aia, el monte Larrún, San Marcial y el misterioso monte Jaizkibel en el que Humboldt buscó y rebuscó a la Venus pirenaica, ¡toma Geroma pastillas de goma!, puede uno disfrutar de una de las cocinas mejor resueltas de Euskadi, sin aparatosidad ni interferencias. Gorka y su hermano Kepa, pintores de cámara, saben lo que hacen y donde ponen el ojo, colocan ese trazo maestro que te pone cachondo con cada nuevo plato que sale de su cocina.

Con un estilo muy definido que bebe de la cocina vasco francesa de los años ochenta, Alameda ha evolucionado hacia una forma muy particular de interpretar el entorno y los ingredientes de una cesta de la compra primorosa y bien surtida. La mayor parte de las verduras y frutas que utilizan en la cocina proceden directamente del huerto familiar, y su íntima relación con el mundo agrícola y ganadero les permite elegir y ofrecer el mejor producto en el restaurante, estrictamente estacional.

Los platillos de Gorka se distinguirían a toda mecha si estuvieran en una rueda de identificación de criminales. Entre brotecitos, trazos ñoños, trampantojos y demás artillería pachanguera a las que nos tienen acostumbrados los chefs de sermón y padrenuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, el mayor de los Txapartegi ejerce una cocina que renueva los votos de los viejos cocineros que nos enseñaron a guisar, el espejo en el que deberían mirarse toda esa tropa de cocineritos que quieren prender mecha sin conocer la pólvora del sofrito.

alameda_4Para ir abriendo boca están tremendos los raviolis de hongos con foie gras en su jugo, y ahora que revolotea la trufa negra de invierno, no se la pierdan laminada sobre un revoltillo de patatas estofadas con una espesorra crema de huevo. Bordan las verduras, como las alcachofas confitadas con velo de tocino, los arroces  -pidan el meloso de chipirones- y los mariscos, con las ostras Gillardeau con caviar y algas a la cabeza, seguidas de cerca por un lujurioso carpaccio de vieira con tomate y almendra.

Brillan los pescados, comprados diariamente en las lonjas de Hondarribia y San Juan de Luz, y asados al horno con calabaza, naranja y curry o con una salsa emulsionada de mejillón y azafrán. En temporada, no existe local en Europa que iguale las recetas que son capaces de resolver en cocina con chipirón fresco, sardinas o anchoas, y si tienen suerte y los planetas se alinean, quizás le ofrezcan por lo bajini alguna pieza de caza asada o guisada, en forma de paloma o atormentada becada guisada al Armagnac con castañas. Si no es temporada siempre pueden optar por un glorioso plato de carne de vacuno, como el solomillo asado con pastel de Idiazábal o el rabo de Betizu con frutos secos y naranja. Los postres son refinados y delicados, especialmente recomendable tentar el platillo de quesos artesanales con pan y luego lanzarse directamente en plancha sobre el pastel fluido de avellanas, la torrija con helado de hierbaluisa, el dulce de chocolate fundente con café helado y frutillas ácidas o cualquiera de las golosinas que les ofrezcan fuera de carta.

En resumen, la cocina del Alameda puede presumir de tantos matices como los cuadros del insigne Vázquez Díaz, con platos desbordantes de costumbrismo y tradición pasados por un filtro impresionista. Lo mejor sin duda es probarlos a la sombra del porche, en uno de “esos días de sol entoldados que tamizan la luz, inundando el paisaje de poesía”. Palabra de pintor.

Alameda
Minasoroeta, 1
Hondarribia 20280 Gipuzkoa
Teléfono: 943 642 789
Web: http://restaurantealameda.net
Email: info@restaurantealameda.net

HORARIO
Almuerzo: de las 13:00 a 15.30 / Cena: desde las 20.00 hasta las 23.00 horas.
Cerrado lunes todo el día; martes, miércoles, jueves y domingos por la noche

COCINA Nivelón
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia
PRECIO 90 €, menús por 45, 60 y 98€ más bebidas.

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