Bar Mariño

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Austero y popular.

Tasca de raza que sirve comida rústica con buen humor, consistencia y sabor.

Hay tipos que viven la vida como si fueran conscientes de que algún día serán protagonistas de una película o de una novela o de ambas cosas a la vez. Vivió una vez un tipo llamado Ángel Ceferino Carrión Madrazo, que triunfó en Hollywood pilotando un restorán de mucho éxito. Nuestro protagonista, siendo chaval y tras morir su padre, puso pies en polvorosa y entró de currela en la Pegaso, a martillazo limpio todo el día construyendo camiones. Con muchas ganas de comerse el mundo, cruzó a pie los Pirineos como el imbatible Aníbal y echó los restos en Francia, trabajando de camarero. Eran tiempos duros y el hambre mueve montañas. Años más tarde, quiso probar suerte en las américas y puso rumbo a New York, escondido en las bodegas de un carguero. Allá, con poco dinero y todavía con hambre, cambió su nombre por el de Jean Leon y trabajó de friega platos en el Rockefeller Center, saliendo escopeteado hacia California cuando quisieron incorporarlo a filas para que pegara tiros en la Guerra de Corea. El muy fenómeno se hizo amigo de José Cansino, tío de Rita Hayworth, que lo coló en el reputado Villa Capri para servir copas y trabajar de camarero, tuteando a titanes de la talla de Gary Cooper, Paul Newman, Clark Gable, Liz Taylor o Natalie Wood. Unos años más tarde, el amigo Jean fundó en Beverly Hills su propio tasco que bautizó como La Scala, convertido en poco tiempo en el local de las estrellas de cine: su carta afrancesada y un ambiente elegante consiguieron que en sus mesas se sentaran Joan Collins, Nathalie Wood, Robert Wagner, Truman Capote, Marilyn Monroe, Billy Wilder, Orson Welles, James Stewart o el casta de Xavier Cugat.

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Les cuento esta formidable historia porque en Irún tenemos nuestro Jean Leon particular y se llama Javier Mariño, gallego de nacimiento y titanazo de tomo y lomo que aterrizó por estos lares en 1968, con apenas dieciocho años, una maleta de cartón y mil pesetas. Sus padres eran labradores y tuvieron doce hijos, así que no le quedó más remedio que buscarse la vida. Trabajó de albañil con apenas quince años, estudiando de noche y arreando con el ganado de madrugada, ordeñando ovejas y sacando a pastar a las vacas. El hambre lo sacó de casa, como al amigo Jean, poniendo primero rumbo a Cataluña y aterrizando más tarde en Navarra, recalando finalmente en Irún, donde conoció a Lucía, su mujer, también gallega de tomo y lomo.

Ellos son los patrones del Mariño, que es como un Villa Capri o un La Scala, pero de ambiente castizo y cañí, sin medias tintas ni chorradas. Allá se mezclan la corbata con el pantalón de mahón, el buzo de trabajo y la alpargata, la americana y la cazadora de pana, la bota de goma pringada en la zanja y el mocasín “chúpame la punta” que vengo de la junta, y los guisos guarnecidos del tazón de vino tinto se sirven a discreción todos los días y a todo dios sin mirar a nadie por encima del hombro, sin atender a razas ni a escala social, con orden y concierto.

Allá uno llega, da los buenos días, recibe el saludo de los simpáticos camareros o del mismo Javier vestido de faena con su gorrico, pide su trago y su ración, se lo echa al coleto, paga y con la bendición apostólica del obispo Josemaría arranca por lo segao y santas pascuas.

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El pulpo se agarra al cañero de cerveza como si fuera el escudo del Manchester United, iluminando el careto del hambriento de tal forma que no le queda a uno más remedio que levantar la veda zampándose un buen plato con un palillo mondadientes o empujando con un trozacode empanada de carne, nobleza obliga. Y en el comedor del fondo o en las mesas que circundan la barra de entrada, podrán disfrutar del lacón asado o cocido, empapado de pimentón y aceite, servido en raciones de pelotari. El churrasco, las chuletillas de cordero, los callos, el caldo gallego con sus grelos, patatas y garbanzos a cascoporro, las alubias, los riñones, la carne con tomate, el bacalao, los champis en salsa, las croquetas, la chuleta de vaca o el filetillo con ajos forman parte de la alineación titular de una carta plastificada que está para enmarcar y no echar gota. Todo a buen precio y sin complicaciones ni explicación alguna por parte de nadie, las fuentes llegan volando sin manual de instrucciones y nadie concreta si el “chef” recomienda morder primero la patatita y detenerse en la textura del escalope. Un gusto, oigan.

Javier y Lucía, que son más listos que el hambre y tipos generosos, gestionan con madrugones su negocio. La pasión del sheriff de la casa es el deporte, y de nacimiento, que aterrizos y estudiaba de nochea de cartitanazo de tomo y lomo, gallego de nacimiento, que aterrizel fútbol toma cuerpo en el Club Deportivo Mariño, que reúne a centenares de chavales a los que la casa les dedica todo el esfuerzo y el apoyo económico que sea necesario, además de un pedazo de bocata y de un refresco después de cada partido, que es seña de identidad de cómo se las gastan en el barrio de Anaka. ¡Tienen más clase que Ladislao Kubala! ¡Larga vida al Mariño!

Bar Restaurante Mariño
Zubelzu, 6
20.301 Irún
Tel.: +34 943 615 001

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 30 €

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