Horcher

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¡Viva Prusia!

Desde 1943 mantienen vivas las recetas heredadas del imperio austrohúngaro.

Cosas que hacer al menos una vez en la vida: bañarse en bolas en el mar, darse un magreo guapo con un viejo amor de adolescencia, mamarse con una desconocida, cuajar tu solito una tortilla de patatas, montar en moto una noche de verano, y lo de escribir un libro, plantar un árbol o tener un hijo, si se tercia, pues también pero no se me vuelvan locos. Y vayan a Horcher, no lo duden.

horcher_7Al Horcher no se va a comer, ni a cenar, se va para ir a Horcher y punto pelota. A tener una experiencia vital, que diría Paulo Coelho en uno de sus libros repipis de autoayuda. A beber como un ministro, comer como un rey y a que te traten como a un emperador romano. Visitar este restorán madrileño es una vivencia como de peli alemana en blanco y negro de entreguerras. Sentado a la mesa del Horcher uno espera encontrarse en cualquier momento al mariscal Hindenburg mirando esos muslos de becada jugosa que tenía Marlene Dietrich.

Gente como aquella poblaba el Horcher originario, abierto en la capital alemana en 1904 y considerado uno de los mejores templos europeos de principios del siglo XX. Otto Horcher, hijo del fundador, supo cómo triunfar en tiempos convulsos, montando todo un emporio gastronómico con sucursales en Viena, Londres, Oslo o Riga. Durante la ocupación alemana de París en la Segunda Guerra Mundial llegó a responsabilizarse de la gerencia del mítico Maxim´s, y cuando las cosas se pusieron feas en Berlín, fletó un tren lleno de ollas, vajillas y utensilios con destino a Madrid. Allí, frente al parque del Retiro, se inauguró el último Horcher en 1943.

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Por si todo esto no fuera suficiente a Horcher siempre le ha acompañado una leyenda muy literaria, pues dicen que durante sus primeros años en España el restorán fue el punto de reunión de los espías alemanes, mientras que el Embassy lo era de los informadores aliados. Operaciones secretas aparte, Otto Horcher se ganó la confianza de lo más granado de la sociedad madrileña gracias a sus platos de caza, su cubertería de plata y su atención exquisita.

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horcher_6Desde entonces y ya entrado en los “dosmiles”, este lugar renovado una y mil veces sigue siendo un referente del buen comer y sigue postrando de rodillas a los gastrónomos clásicos. Vale la pena lucir chaqueta y corbata preceptivas para entrar en este templo de la cocina que ha sabido unir la mejor tradición culinaria centroeuropea con los ingredientes patrios. En ningún otro sitio les van a poner a ustedes ni un cojín bajo los pies -atención reservada a las afortunadas damiselas, ¡ay!-, ni les van a estrujar en la prensa una perdiz hasta la última gota de su esencia junto a la mesa. Éste es un espectáculo que hay que observar con recogimiento: cómo finalizan los platillos a la vista del comensal, lo mismo un ave que el consomé don Víctor, que atesora el jugo de un solomillo en cada taza, o las crèpes suzette, flambeadas tan de cerca que casi hay que apartarse para no acabar con las pestañas chamuscadas.

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horcher_8Estas preparaciones en vías de extinción suceden todos los días, mañana y noche en el Horcher, como un ritual que mantiene vivas las buenas costumbres heredadas del imperio austrohúngaro, ¡viva Prusia! Pero no se queden ustedes con la anécdota: lo importante es que aquí se come bien y en abundancia, como corresponde a un restorán especializado en carnes de caza. La becada asada, el stroganoff de corzo o el civet de liebre les harán olvidar la apretura de la corbata al cuello, así como los arenques a la crema con Kartoffelpuffer, unas muy germanas tortitas de patata, el rodaballo “grillé” o el ragú de lenguado y carabineros.

La comida, empezada quizás con una ensalada de colas de cangrejo y berros, unos huevos escalfados con muselina y salmón o un pellizco de caviar, que para algo estamos donde estamos y nos vestimos de pimpollos, debe terminar con una de las especialidades de Horcher, el Baumkuchen. Este “pastel de árbol”, así llamado por su apariencia de sección de madera con anillos concéntricos, es un postre de elaboración épica y aspecto superlativo. Una columna de casi un metro de altura que acaba en la boca como un bizcocho dulce de textura aérea, por el que valdría la pena invadir Polonia y lo que fuera. Aterriza en la mesa con su helado y su salsa de chocolate, nobleza obliga.

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No se dejen intimidar por las normas de vestimenta ni por la decoración palaciega, así que dense una buena fregada, vayan a la peluquería, desempolven el bombín y cálcense un buen traje y una estupenda corbata. El Horcher es un refugio para clásicos pero también para espías, rufianes, golfas, señores, pendejos, tordas, peperos, puteros, podemos, comunistas bermellones y sobre todo para gente de buen saque y paladar fino filipino. No lo duden y viajen, aunque sea solamente una vez en la vida, a través de este maravilloso túnel del tiempo, acomodados en sus butacas de terciopelo rojo carmesí.

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Calle de Alfonso XII, 6
28.014 Madrid
Teléfono: 91 522 07 31
Web: www.restaurantehorcher.com
Email: horcher@restaurantehorcher.com
Cerrado sábados mediodía, domingos y el mes de Agosto.

 

COCINA Nivelón
AMBIENTE Lujo
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / En pareja / Negocios
PRECIO 100 €

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