Landa

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La casa de la lujuria.

Benditos sean sus huevos fritos con inigualable morcilla de Burgos, crujiente y pecaminosa.

Seguro que no pueden olvidar aquellos interminables viajes con la familia entera a bordo de un Seat 131 Diplomatic, encadenando una carretera nacional tras otra. El destino podía ser el pueblo o Torremolinos, según donde se terciara la vacación, pero el trayecto estaba siempre amenizado por las casetes del humorista Eugenio o Atahualpa Yupanqui, achicharrados por la calorina infernal del automóvil sin aire acondicionado, los adelantamientos y toda la chavalada mareada y medio meada. Desde mi casa en Hondarribia se tardaban dos días con sus noches en aterrizar en Elizondo, como hay un dios.

A fuerza de repetir el mismo viaje año tras año, el pater familias ya conocía ciertos lugares estratégicos donde recuperar fuerzas y respirar hondo, los restoranes de carretera. Cuando se tenía uno de cabecera, daban igual los eternos “cuántofaltapapá” o tener que pasarle al niño de marras la bolsa de plástico, pues se sabía que en algún punto de la carretera te esperaba el pepito de ternera, el triángulo de tortilla, la morcilla frita o un estratosférico plato combinado con sus croquetas y su ración guarra de ensaladilla.

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Primero fueron los pantanos y luego llegaron las autopistas, las autovías y el increíble récord de poder plantarse desde el norte y en apenas cinco horas en el mismísimo Paseo de la Castellana, con su torre Windsor-aledaños del Bernabéu. Los tascos de carretera y sus aparcamientos llenos de camiones pasaron a mejor vida, sustituidos por esas plasticosas áreas de descanso en las que hasta el café cortado lo sirven envuelto en papel film, por aquello de la higiene y el protocolo socio-sanitario. Muy pocos de los clásicos refugios de conductores tuvieron la suerte de tener frente a su puerta una salida de la autopista, salvo uno bien cercano y mítico que sigue hoy brillando con luz propia, el restorán y hotel Landa de Burgos, que sigue luciendo hechuras y piel tersa, por los siglos de los siglos, amen.

Situado a las afueras de la ciudad, en un enclave desde el que se vislumbran las agujas de la catedral burgalesa, el Landa abrió en 1959, ahí es nada, un poco antes y el Cid Campeador hubiera aparcado a la mismísima Babieca frente a la puerta. Tres generaciones de hambrientos viajeros hemos repostado allá de camino por la nacional uno, soñando al volante con sus huevos fritos y su crujiente morcilla.

No crean ustedes que el Landa es un tascorro cualquiera, pues ya nació con la intención de ofrecer a los clientes de paso la misma calidad que encontraban en los mejores establecimientos del País Vasco o Madrid. Jesús Landa abrió un sencillo restorán con grandes aspiraciones, como correspondía al miembro de una familia con tradición hostelera de calidad.

Su padre Escolástico fue cocinero en el club Puerta de Hierro de Madrid y en La Perla donostiarra, y su hermana Ángela quizás les suene como autora de grandes recetarios como “A fuego lento” o “El libro de la repostería”. Poco a poco, el Landa y su buena reputación se fueron ampliando, incluyendo un bar, hotelazo, piscina catedralicia y hasta una torre medieval. Hay tipos que coleccionan relojes, algunos, pintura española del XIX, y otros compran castillos del s. XIV. En este caso, una torre del pueblo burgalés de Albillos trasladada piedra a piedra hasta el Landa en 1964.

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Cincuenta y cinco años después de su apertura, en el Landa podemos encontrar aún vigentes sus signos de calidad: servicio clásico, brillo, solera, sobriedad y productos locales tratados con mimo. Cuenta con distintos espacios y ambientes, comedores para el día y la noche, barra, terraza y porche acristalado. Recientemente renovado, el local luce una decoración moderna que ha sabido conservar su sabor castellano con encanto “british”, una pirueta mortal adelante de las de chúpate esa, María Teresa. Con suerte encontrarán sitio en su mesa corrida, un mastodonte que fuera mesa de convento y sigue reuniendo en sus banquetas a todo tipo de comensales, cartujos que se conforman con un simple consomé o Gargantúas de los de pan y mucho chupete.

Podrán comer a la carta, picotear, darle a la ración, merendar o hincarle el diente a algún bocata, que aquí entran de miedo y saben a gloria bendita. Otros picas que son valor seguro, las croquetas de jamón ibérico, la empanadilla de bonito, el suizo con jamón York, el bikini, la pulga de bonito, el mini de Torta del Casar… ¡dios santo, qué hambre! Sin duda de su carta destacan especialidades como el cordero lechal asado en horno de leña, el chorizo rustido en papel entre cenizas y sobre todas las cosas, ¡benditos sean!, los huevos fritos con inigualable morcilla de Burgos, crujiente por fuera y jugosa y pecaminosa por dentro, que hace las delicias por igual de chóferes y reyes. Y no exageramos nada, porque reciente ha sido la visita al lugar de Juan Carlos I, igual que antes estuvieron viajeras tan ilustres como Audrey Hepburn o Claudia Cardinale, hubiera dado tres de mis dedos con sus nudillos por verlas ahí retozando en pan y grasita de chorizo, ¡qué cucas!

Otras delicias que no conviene perderse en este refugio lujurioso son la hermosa chuleta, las sopas de ajo con huevo, el bacalao con pisto y tomate confitado, las lentejas o las albóndigas de ternera en salsa. La parada no es completa si no muerden algo de su repostería elaborada a diario en el mismo establecimiento, con timbres de gloria como el milhojas caramelizado, los canutillos de hojaldre con crema tibia o el sencillo pero delicado cruasán.

Si se quedan con ganas de mambo, no tienen más que repetir de regreso a casa o entrar en la preciosa tienda exterior y aprovisionarse de bollería artesana, galletas, mermeladas, yemas, pan de pueblo o morcillas, como si no hubiera un mañana y fueran a cerrar las fronteras europeas a la importación de víveres. Y es que en el Landa entra el ansia viva de gozar, beber y comprar y le asalta a uno una pena muy grande cuando arranca el auto y pone pies en polvorosa, mirando de reojo el retrovisor y deseando el próximo reencuentro furtivo contigo… para verte… acariciarte, ¡ay, morcilla!, ¡reina mora!

Landa
Carretera Madrid-Irún, km. 235
Burgos
Teléfono: 947 25 77 77
Web: www.landa.as
Email: rv@landa.as

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre chic
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia / Negocios
PVP MEDIO: 40€

1 comentario en “Landa

  1. Pepa

    Yo estoy yendo al Landa desde el año1983,todos los años ,,,subíamos de veraneo a Artxiniega,,,,y parábamos allí con los niños a comer los pepitos de ternera ,y la morcilla ,,,,mi marido ke también era Landa como Marivi,,,,y era de Pamplona ,,,,y desde el 2000,ke ya se jubilo ,,,entonces nos compramos un apartamento en Ezkaray ,y la carretera es la misma la ,,,nacional ,,1 ,,,pues seguimos parando ahí cuando vamos y cuando volvemos ,,de hecho este mes el día 10 fuimos a comer 3 amigas los pepitos y la morcilla ,porke íbamos a Ezkaray,,,y allí en los maletones del bambú,,,eche unas pocas cenizas de mi LANDA,,,,,,y tengo fotos ,,,ke mejor ke ese sitio,tan maravilloso,,,,,,y tengo fotos de los años 80 con los niños pekeños. Por los pasillos de los relojes y por el jardín y en uno de los comedores,,,tan bonitos ,,,,

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