Casa Consuelo

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O de una casa fina como el champagne de marca.

Una casa de postas para reparar el espíritu y entregarse al fino arte del zampe.

Casa Consuelo está en un paisaje típico asturiano, a medio camino entre los maizales y la orilla del mar. En lo que tardas en darte un paseo puedes remojar los pies o atravesar un campo de cultivo, coger cangrejos con las manos o perseguir a un puñado de gallinas, ver las truchas en un regato o alucinar con las piñas de percebes que cuelgan de los acantilados.

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En esta casa llevan toda la vida dando cama, comida y bebida a todo el que pasa ante la puerta y no han hecho otra cosa que trabajar como bestias pardas en el típico organigrama hostelero de toda la puñetera vida. Hoy en día son los hermanos, José Ramón y Álvaro García López, junto con sus esposas y la mujer de su hermano Roberto, ya desaparecido, los que llevan las riendas de este tinglado, pero los orígenes se remontan a 1935 cuando sus padres, Ramón y Consuelo, abrieron un ultramarinos y casa de comidas con el nombre de “La Mercantil”, ya saben lo mismo servían un vino que despachaban tachuelas o jabón Lagarto.

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La cocina estuvo siempre a cargo de la Doña de la casa, Consuelo, que tenía una de esas manos mágicas en los pucheros, por eso, una vez fallecida sus hijos quisieron honrarla poniendo su nombre al restorán, nada menos que en el ya lejano 1965. Desde entonces, los tres tomaron las riendas del negocio y gracias al fuste y profesionalidad que le imprimieron al asunto, la fama del garito comenzó a subir cosa fina como la espuma del champagne de Reims, y desde ese mismo día camioneros, viajantes, equipos de fútbol, usuarios de la línea Alsa que por allí transitaban, turistas y todo pichichi al que se le envició el morro con sus gozosas viandas, le dieron al palique hablando de las bondades del lugar, poniendo en marcha la mejor cadena que puede hacer vibrar a un establecimiento, ese boca a boca que no tiene rival.

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Hoy Casa Consuelo es parada y fonda que le reconcilia a uno con el mundo, pasas en coche cansado, aparcas y tienes una barra para echar un café o morder un pepito de ternera con un trago de sidra. La tele está encendida y echan un partido, te sientas y comienzas charleta con los paisanos de la zona. Sin darte cuenta te plantas ante la hora de la cena y pasas a un comedor estrecho, con una carta en la que no tienen cabida las chorradas, protagonizada por productos de la zona bien condimentados, lees justo lo que te pide el cuerpo y te lo zampas, marisco, verduras, guisos, asados y postres caseros. Regresas a la barra y reconoces una timba de cartas, te acercas y pones cara de póker y cuando menos te lo esperas, acabas sentado con los naipes en la mano. Se hace tarde y echas la noche en el hotel, que mañana será otro día.

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Esto es Casa Consuelo, una casa de postas en la que los forasteros y el turisteo fino de la zona, reparan el espíritu y se entregan al fino arte del comercio y del bebercio, sin trampa ni cartón, sin gilipolleces ni tonterías, sin carta de aguas ni camareros bailando ballet interrumpiendo la conversación con cada plato. Te traen los percebes y listo. Te entretienes un buen rato y de vez en cuando se te acercan y te echan vino o te cambian el plato, desbordado de cascarillas. Punto pelota.

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La última vez que el menda lerenda tuvo el placer de recalar allá, aprendió a freír truchas, que antaño eran la especialidad de la casa, bien chicas. Las rellenan con una tira de tocino y van a la sartén enharinadas hasta que se churruscan y quedan arrugadas como pasas de corinto. En la mesa las comes con las manos como si no hubiera un mañana, quemándote los dedos como si trabajaras en la forja.

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Tampoco hay que complicarse en exceso con el resto de la carta, que es más larga que un día sin pan pero sencilla y honesta de veras, repleta de ese tipo de golosinas que pedirías si te fueran a dar garrote y te concedieran una última voluntad: percebes gordos como patas de elefante, santiaguiños, nécoras y centollas descomunales, angulas de la zona, verdinas con marisco, pote asturiano, fabada o un poco de carne mechada si aflora el espíritu carnívoro.

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Nunca faltan especialidades típicas de la zona como las lenguas fosforescentes de oricios, las fabes con almejas, la lubina o el besugo a la sidra, el pixín o un cachopo de ternera de campeonato. Y de postre, un arroz con leche cremoso y único, que es una especie de pantocrátor de lo que muchos siglos más tarde inventara el amigo Michel Guérard bautizado como pastel de la Marquesa de Bechamel, que ya le hubiera gustado a la marquesa chuparse un arroz crema como el que se curran acá.

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Coman y beban a destajo, en su bodega encontrarán referencias para parar un tren con algunas de esas joyas bizarras del morapio maragato, el “petrús”, la “ramoní contí”, el “cható margó”, el “cható lafí” o la Vega Sicilia que es pureza pura. Y ya lo saben, gocen como marranos porque cuando menos te lo esperas te pilla un autobús y se acabó lo que se daba, te ponen la esquela y todos a casa a comer panceta.

Restaurante Casa Consuelo
Dirección: Carretera General S/N – OTUR ( Valdés)
Teléfono: 985 641 696 – 985 641 809
Página web: www.casaconsuelo.com
Email: info@casaconsuelo.com
Días de cierre: Abierto todos los días de la semana.

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 35-45€

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