Restaurante 1787

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O de un restaurante en el que da gusto entrar.

Manel, Aitor y Gabi guisan dale que te pego en un tasco de Palamós.

Dicen que Truman Capote arribó a Palamós en la primavera de 1960, hace ya cincuenta y tantos tacos, ya ven cómo pasa el tiempo. Al parecer Capote se presentó en el emblemático hotel Trias con su secretario y amante Jack Dunphy, un viejo bulldog, un caniche ciego, una gata siamesa, veinticinco maletas y el grueso de lo que sería su obra cumbre, “A sangre fría”, cuatro mil folios con anotaciones del asesinato de la familia Clutter en Kansas, ¡vaya panorama!

El escritor pasó tres temporadas en la Costa Brava, que entonces era mucho más salvaje, virgen y oculta que la actual, las cosas como son. Primero se alojó en el mencionado hotel, luego escogió una casa en el centro del pueblo y cuando ya se conocía la orografía local como la palma de su mano, alquiló una mansión en una pequeña loma en una cala frente al mar, todo “tejido” muy al estilo del genial escritor norteamericano.

Los más viejos del lugar cuentan que Capote se paseaba en batín por el pueblo luciera el sol o lloviesen chuzos de punta, con ese mohín de gordo atormentado, junto a su chucho, y que cuando no escribía como un degenerado bajaba a comprar prensa, alguna que otra botella de ginebra y algo que llevarse al buche. Esto nos reafirma en algo incuestionable: escribir para la posteridad es asunto jodido de veras.

Si uno recorre hoy las calles de esta bella localidad, en la primera casa en la que vivió el bueno de Truman hay una placa que recoge sus impresiones: Esto es un pueblo de pescadores, el agua es tan clara y azul como el ojo de una sirena. Me levanto temprano porque los pescadores zarpan a las cinco de la mañana y arman tanto ruido que ni Rip Van Winkle podría dormir (en alusión al protagonista de un cuento de Washington Irving que dormitó veinte años bajo la sombra de un árbol).

Nuestros protagonistas de hoy, los artífices del restorán que nos ocupa, no recalaron en la Costa Brava provenientes del Manhattan más glamuroso, ni falta que les hace, pues se hicieron cocineros siendo chavales y un día, todos a una como en Fuenteovejuna, aunaron sus inquietudes en un proyecto común en otro lugar que no podía ser más que Palamós. Aitor dejó atrás su Lasarte natal, Manel viajó desde Cádiz, en la otra punta del mapa, y Gabi se trasladó desde un pueblito cercano de la zona, Calella de Palafrugell, con lo que entre los tres sumaron 1.787 Kilómetros, de ahí la denominación del garito, ¡voilá!

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Lo cierto es que Gabi y Aitor ya trabajaron juntos en el País Vasco y regentaban antes el restorán Urrun de Palamós, mientras que Manel tenía la taberna Can Pisha, pero en 2011, tras conocerse y hacer en tiempo récord unas migas de campeonato, abrieron las puertas de su nuevo local, con más hambre que los caimanes, dispuestos a dejar el pabellón bien alto, porque la mezcla vasco-catalana-andaluza es salsa que engorda como un buen pil pil.

1787 es restorán y también taberna de tapeo bien agradable y diáfana donde impera la luminosidad del blanco calizo, el trato familiar y cercano y la cocina sabrosa y estupendamente resuelta, con pinceladas norte y sur integradas con mucha sesera y sentido del gusto, para algo Aitor es alumno de Martín Berasategui, en cuya cocina aprendió a dar los primeros pasos. Yo mismo lo conocí cuando, sin haber manejado jamás un cuchillo, se plantó en la cocina de Berasategui para echar a andar, era crío astuto como un zagal del Atlas, así que con entusiasmo y tesón a prueba de fuego, cogió a toda mecha el truco al oficio tejiendo los mimbres del profesional que hoy es.

La vida le condujo después por algún que otro pedregal, guisando para una pandilla de memos intelectualoides abrazafarolas, hasta aterrizar en Palamós con su inseparable Gabi, al abrigo del rico sol, y allí siguen, dale que te pego y alejados de las tontunas, en un tasco feliz en el que da gusto entrar, ¡qué caramba!

Lo mejor en la casa es hacer boca con el fantástico tapeo que se gastan y optar después por un segundo como dios manda, sin menús largos y estrechos ni Alaska y los Pegamoides. Irrenunciables los croquetones de carne, con un saborazo a guiso fornido del copón. Estupendas también las ortiguillas de mar, tope crujientes, y en verano entra como la vaselina la ensalada de tomates con ventresca de atún. No nos resistimos a la paleta ibérica de Jabugo con coca de cristal con tomate, un pan refinado que es debilidad eterna, y los más bravos se podrán poner hasta la coronilla de morcilla de Burgos salteada con mozzarella o unos ricos calamares a la andaluza y olé.

En el lugar trabajan con producto de temporada y nunca falta atún rojo de Barbate “txapeldun”, no pedirlo es pecado capital, ya sea en carpaccio, sashimi, tártaro o como les plazca, hínquenle el diente que en carta no dura más que dos telediarios.

De segundo no se líen la manta, tienen chuleta de vaca gallega fetén que sirven con pimientos del piquillo confitados, al igual que el solomillo, espléndido con su cebolla trufada. Si son más de pescado, el bacalao con pimentón de la Vera y almendras o las vieiras salteadas con patata y albahaca son también pleno al quince.

Los postres son golosos y engordantes a más no poder, pura perdición, denle duro a las torrijas con helado, las galletas de café y almendra o al atómico helado de chocolate con cacahuetes, aceite y sal.

Atesoran una bodega de obra vista repleta de vinos, cavas y champagnes, para darle al frasco carrasco como está mandado, ojalá muchos pueblos de la costa tuvieran garitos de semejante nivel, ¡viva el sol y los noruegos tostándose la pelambrera!

Restaurante 1787
Carrer batería, 2
Palamós (Girona)
Teléfono: 607188343
Web: www.restaurante1787.com
Email: restaurante1787@gmail.com
Días de cierre: De octubre a abril: Lunes, martes, miércoles; De abril a Junio: martes y miércoles, Julio: martes y agosto, no cierra.

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