Bodega Donostiarra

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O de honestidad que cotiza al alza.

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Su barra ofrece bocados de pura perdición, ejecutados con la sabiduría de Miguel y Pili.

Les confieso que en pocos lugares he gozado tanto en mi peregrina vida como en la Bodega Donostiarra; cuando Miguel Mendinueta y Pili Mintegi pilotaban este trasto del disfrute en mayúsculas, me convertí en uno de sus más fieles clientes, pues siempre me gustaron las tascas auténticas y las especialidades del lugar erizaban el tupé sobremanera: esos encurtidos cañeros, las gildas atómicas, el bonito en escabeche, la anchoílla en salazón, los embutidos colganderos -jamón, chorizo Palacios picantillo y lomo embuchado-, una tortilla de patatas de campeonato y todas esas delicias de mahonesa que Pili bordaba al momento para disfrute de una parroquia entregada a masticar a dos carrillos. Era fácil quererles, la honestidad en cocina cotiza muy en alza para el mameluco que esto suscribe, y esta pareja de auténticos titanes ofrecía la mejor chicha sin miramientos con la ayuda de Josune. A pesar de que no confesaran mérito alguno ni complicación a su labor, si atendías con todos los sentidos a la barra, comprendías al instante que en ningún otro lugar podías encontrar las delicias que allí se servían.

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A finales de 2007, después de más de treinta años dejándose el pellejo en este antiguo despacho de vinos, a Miguel y a Pili les llegó la hora de cortarse la coleta, para bajar el pistón y disfrutar de la vida. Ese mismo otoño la conocida Bodega de Gros cerró sus puertas pero afortunadamente no por mucho tiempo. Miguel confesó entonces no saber lo que pasaría con la tasca, pues desconocía el giro que le daría quien lo fuera a relevar, “no es asunto mío -dijo- allá cada cual, pero yo no cambiaría nada, seguiría haciéndolo todo igual, ¿para qué cambiar algo que funciona?”.

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Dicho y hecho, Miguel Montorio es un tipo avispado, y en cuanto tuvo la posibilidad de hacerse cargo, no se lo pensó dos veces. Así aterrizó poco tiempo después el cuarto propietario de este legendario local que abrió sus puertas en 1928. Miguel conocía bien la casa, era un lugar que frecuentaba con su padre desde pequeño, y tenía una consigna clave en su cabeza, mantener la impronta de la Bodega, regocijarse en la cocina sencilla pero inmaculada, como la que oficiaron su predecesores, que le ayudaron a que el tarro de las esencias se mantuviese intacto, sin contaminación ni chuminadas innecesarias, al pan, pan y al vino, vino.

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Así que si cruzan el barrio donostiarra de Gros no lo duden un momento y echen allá un buen rato, ¡no se arrepentirán! En la barra luce cual cabaretera el mítico Indurain, néctar supremo, un taco de bonito sobre el que se apilan cinco guindillas encurtidas, anchoílla, cebolleta y oliva, nombre que algunos aseguran se debe a la ocurrencia de un cliente que vislumbró en tamaño bocado la silueta del grandullón de Villaba. Por supuesto no falla el mini completo -pequeño bocata de bonito, guindillas y anchoa-, la tortilla de patatas individual y la montaña de pan, patata, huevo, bonito, anchoa, aceituna y mahonesa casera, bocados todos ellos de pura perdición, ejecutados con la misma sabiduría de Miguel y Pili.

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Entre las novedades que ha incluido Montorio, al margen del agraciado lavado de cara del lugar, está la incorporación de un horno de brasa vegetal con el que amplía las especialidades para comer sentados, en las pequeñas mesas repartidas por todo el establecimiento. Sigue estando lleno hasta la bandera, así que si consiguen posar su pandero en una mesa, ¡aleluya!, la elección es sencilla: la ración de ensaladilla está de muerte, al igual que la ensalada de tomate o la donostiarra, una suerte de bandeja a rebosar de bonito, boquerón, sardinillas, anchoas y pulpo. Si se quieren entretener con alguna ración y ponerse ciegos, pidan la de morcilla de arroz o sin complicarse mucho un plato de jamón ibérico o salmón ahumado. Para que sea comida en condiciones no se resistan a la chuleta, bien asada, con patatas y pimientos morrones, o a cualquiera de las brochetas pasadas por la brasa, la de vacuno, pollo o cerdo ibérico harán las delicias de los más zampones.

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Si se pirran por el dulce dejen sitio a una torrija de pan como la que han hecho toda la vida nuestras amas, jugosa y sin parafernalias. Mikel Rodríguez trabaja como un titán entre fogones y los camareros se mueven como gacelas del Serengueti por el local intentando complacer a todo pichichi, sonriendo hasta ensangrentarse, son unos verdaderos campeones.

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¡Larga vida a la Bodeguilla, bendita tasca de entre todas las tascas!

Bodega Donostiarra
C/ Peña y Goñi 13
Donostia
Tel: 943 01 13 80
www.bodegadonostiarra.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Tasca
¿CON QUIÉN? Con amigos / En familia
PRECIO 30 €

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