Mr. Marshall

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O de un festejo del producto local.

En asuntos del comer echamos piedras sobre nuestro tejado y doramos la píldora cuando nos presentan golosinas de ultramar, igual da un vinagre que un chef con quimono o un frasco de sal, y mejor si es rosa y del Rajastán, que es donde florece el edelweiss, ¡aaah!, se nos pone cara de lerdos con tanta cachupinada.

Para muchos es deporte nacional renegar de nuestra flora y fauna comestibles, echando sapos y culebras contra la sidra, nuestro chocolate o los pimientos del piquillo, que aún hoy sufren ese desprecio irracional de ingrediente de tercera.

Todos saben que en los años cincuenta un pequeño pueblo español se preparó para recibir la visita de los amigos americanos, en pleno plan Marshall de ayuda al desarrollo, y toda la vida social comenzó los preparativos para recibir a los forasteros, que acabaron «pasando de largo», levantando tremenda polvareda con sus autos en una escena tan grotesca como magnífica.

Esta semana los tres Gorrotxategis convocaron una comida en el Basque Culinary Center para festejar el producto local haciendo piña como en Fuenteovejuna, que las cosas están tiesas como la mojama, y se echaron de menos a esos tartufos que allá se hubieran plantado derrapando con sus motocicletas si en vez de huevos, chuletas y xaxus, el homenajeado fuera Gastón Acurio y sus ceviches mutantes o algún gallifante de similares características.Adorar a codazos al becerro de oro para salir guapos en las fotos sigue siendo deporte nacional, como en las películas de Berlanga.

Si Pepe Isbert levantara la cabeza encontraría mucha inspiración para vociferar de nuevo aquella frase que pasó a la posteridad, “como alcalde vuestro que soy os debo una explicación”. Así nos luce la melena.

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