Oneka

 

O de una mujer con un estilo único e inimitable.

No existe nada tan pretencioso en cuestión de gusto como la ceremonia nipona del té. El típico profesional de esta cuestión presume de encarnar el súmmum del refinamiento, reduciendo deliberadamente la misma poesía a las más estrechas y limitadas proporciones. Con presunción y exigencia adopta una serie de poses forzadas, intentando controlar todos los detalles, desplegando sin necesidad una reverencia afectada que exagera el disfrute de una simple infusión. A este otro lado del mundo, sabrán que nuestros restoranes más ilustres los atendieron con eficacia mujeres de bandera a lo largo de los años, asunto que aún asombra al forastero, acostumbrado a que un tipo con bigote, americana y corbata camine plato en ristre por el comedor. Que un cliente se sienta bien sin estar cohibido sigue siendo el quehacer diario de muchas de ellas en nuestra tierra, herederas directas de aquellas que se dejaron la piel trabajando, pues servicio y buena cocina son los pilares de toda casa que se precie y van siempre en consonancia sin mayor artificio, con elegancia y naturalidad. Desde aquí levanto mi copa por todas, profesionales insustituibles y verdaderas maestras recreando atmósferas en las que soñamos sentados a la mesa, frente al plato. Oneka Arregui brilla con una solera que refleja la hospitalidad de una familia obsesionada en la entrega a sus clientes, ofreciendo fuerza vital a su equipo y forjando en Lasarte un estilo único e inimitable, con un don natural que muy pocas poseen. Sus ojos reflejan el brillo de todas esas mujeres que muchos guardamos en nuestro recuerdo y que nos procuraron tantos momentos de felicidad: Maite, Tatus, Lourdes, Perfe, Valentina, Inés, Virginia, María, Cristina, Juncal, Elena, Mertxe y muchas otras que se fueron ya y palpitan en una Oneka más radiante que nunca jamás.