El Banquete de Trimalción

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O de un cerdo asado del que brotaban chorizos y salchichas.

 

“El satiricón” del romano Petronio, contemporáneo del emperador Nerón.

En efecto, una vez que limpiaron las mesas al compás de la música, trajeron al triclinio tres cerdos blancos con bozales y campanillas. El nomenclador nos anunció que uno de ellos tenía dos años, el segundo tres y el tercero ya siete años. Creí que se trataba de algún malabarista, y que los puercos iban a ejecutar unos cuantos números, como se acostumbra hacer para el público de la calle.

Pero Trimalción disipó nuestras dudas:

-¿Cuál de ellos queréis que, de inmediato, se os sirva para la cena? -nos preguntó-. Los chacareros son los que preparan gallos fricasé a la Penteo y otras futilidades por el estilo. Mis cocineros, en cambio, están acostumbrados a preparar terneros enteros en sus cacerolas. Hizo llamar enseguida al cocinero y, sin esperar nuestra elección, le ordenó matar el más viejo. Luego, en voz alta, le preguntó:

-¿De qué decuria eres?
– De la cuadragésima -respondió aquél.
-¿Comprado o nacido en casa? -siguió.
-Ni lo uno ni lo otro -dijo el cocinero-; te fui legado en el testamento de Pansa.
-Trata, entonces, de servirnos con diligencia si no quieres que te mande echar a la decuria de los recaderos -le ordenó.

Estaba vertiendo toda esta verborrea, cuando un repositorio, con un enorme puerco encima, vino a ocupar toda la mesa. Nos quedamos maravillados de la celeridad y empezamos a jurar que ni un pollo podía ser asado con tanta rapidez, tanto más que el cerdo parecía mayor que el jabalí de poco antes.

Trimalción, que lo examinaba cada vez con más atención, soltó:

-¡Cómo, cómo! ¿Este cerdo no está vaciado…? ¡Por Hércules! ¡No…! ¡Llama, llama aquí al cocinero!

El cocinero, cabizbajo, se aproximó a la mesa y confesó haberse olvidado de vaciarlo.

-¿Cómo? ¡olvidado! -exclamó Trimalción-. Cualquiera diría que simplemente ha olvidado la pimienta y el comino. ¡Desnúdate! El cocinero se desvistió sin tardar y se colocó afligido entre dos verdugos. Todos empezaron a interceder por él. Con implacable severidad, yo no pude refrenarme más y me incliné al oído de Agamenón para decirle:

-En verdad, este esclavo debe ser pésimo. ¿No es inadmisible que se haya olvidado de vaciar el puerco? Por Hércules, que yo no lo perdonaría aunque hubiese dejado así un pescado.

Trimalción, en cambio, fue de distinto parecer. Una sonrisa dilató su rostro para decir:

-Bueno, ya que tienes tan mala memoria, vacíalo aquí delante de nosotros.

El cocinero se puso otra vez la túnica, empuñó un cuchillo y empezó a cortar tímidamente aquí y allá el vientre del cerdo. Al punto, de las aberturas que se agrandaban de por sí solas con la presión del peso, se derramaron salchichas y morcillas.

Toda la servidumbre aplaudió esta hazaña gritando al unísono:

-iViva Cayo!

2 comentarios en “El Banquete de Trimalción

  1. EL Lute

    Peazo de comilona, y no solo de pan vive el hombre, las miradas delatan mucha hambre carnívola…gran Fellini.

  2. hegoitxo

    Gran película, pero para banquete recuerdo una que lleva el hedonismo a sus últimas consecuencias: La gran comilona (La grande bouffe), de Marco Ferreri… es que estos italianos están locos…

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