Atalaia

O de un chef de raza, único en su especie, ¡hueso duro de roer!

El flamante hotel-restaurante de Ignacio Muguruza está enclavado en una encrucijada de caminos.

Cuando quieres ser cocinero, vuelas fuera de casa y te cuelas en los fogones de los maestros, entregando ganas y energía desbordante a cambio de conocimiento; antes de instalarse en la parte vieja donostiarra o de triunfar en su “Mar de Alborán”, Ignacio pringó duro junto a Zapirain, Irizar y muchos otros, no les aburriré pues el listado es infinito y prefiero contar lo que no sabrán, que no es otra cosa que para estar con ellos y aprender, uno duerme poco y mal, pues tu cama es tu cama y no ese colchón forastero en el que descansas; echas en falta a tu novia -si la tienes-, a tus colegas, a tu perra, a tu moto y a tu ama, en el curro te comportas como un chino electrónico que no levanta la vista concentrado en la faena y estás al quite de todo, si te dejaran, sabrías cocinar y emplatar toda la carta, pues te sientes Jesucristo superstar.

Y te faltan ojos, oídos, manos, pies, codos y boca para quedarte con todo, te sobran agallas, arreas como un mono y eres feliz con cada nueva aventura que se te encomienda, sobre todo si te arrima al fogón, a la parrilla, a los hornos, al cuarto secreto de panadería o al obrador de pastelería; tu vida se concentra en una montaña de cebollas, limpias chapas, cargas cubos de carbón y haces tareas de peón de obra, metiendo la pezuña en las perolas en cuanto tienes oportunidad; un día te confían un sofrito y te armas de valor, empuñas el cuchillo y tu puntería es brutal, tu vista de gato, tu pulso de joyero, tu voluntad de hierro, eres disciplinado como un mariscal austro prusiano, ágil como un galgo, no hay hueco por el que no te deslices; y te das cuenta de que no tienes pellejo y te salieron escamas, mudaste pelusa en vez de pelo y eres ya casi tarántula, ¡un cocinero!, sufres pero te descojonas, pues el mundo es tuyo aunque te duela la espalda, la cabeza, la chorra y te salgan ya algunas canas en la huevada; y no puedes parar, disfrutas como un yonqui del aire caliente que escupe la chapa y revienta tus pulmones, pero te la suda, pues estás dónde quisiste y llegarás donde te propongas.

Muguruza ha llegado hace unos pocos años a Irun, es feliz y hueso duro de roer, una raza que en los tiempos que corren está en peligro de extinción; su chica, María, baila por el local y dirige sonriente el asunto, orgullosa de trabajar en un oficio que calma el hambre y la sed al viajero, pues su flamante Atalaia está sobre una encrucijada de caminos, como las casas legendarias.

Tan sólo una cosa ha cambiado y es que el chef tiene hoy su propia cocina y canta a grito pelado, si van lo oirán desde la sala, demostrando así tener todo controlado, probado y supervisado tras madrugones diarios de padre y muy señor nuestro; un cocinero que canturrea entre pucheros tiene los pagos al día y entra silbando a su sucursal bancaria, como hay un Dios, y se descojona del mundo, sonriendo al frutero, al pescatero, al carnicero de Ventas de Irun y a todo aquel que lo visite; Ignacio concentra su vida en la tarea, sabiendo que su destino es ser cocinero, el mejor oficio del mundo entero, mientras pesa azúcar para hacer cremas, pela montañas de avellanas, despluma palomas, eviscera vacas, golpea pastas, desloma salmonetes, retira hilos a vainas, despepita uvas o encierra mantequilla entre finas capas de hojaldre, currando de lo lindo con su equipo de cocina.

Muguruza sabe que no hay nada más grande que un local feliz repleto de gente que quiere jamar cocina sencilla, gozosa y festiva, terrinas de puerros, milhojas de verduras, ensaladas caprichosas, txangurro al horno, pescados al horno, montañas de marisco, chuletillas de cordero, rabo guisado, torrijas, pasteles, de tal forma que el Atalaia reúne a todo pichichi, ya sea un acontecimiento familiar, una reunión de amigos, un aniversario de los de mirarse a los ojos o de bailar despelotados o de discurso y serenata, o un banquete especial para gastar un pellizco de décimo de lotería premiado, o de una boda merengona de enamorados, o sencillamente, de una ocasión en la que apetezca salir a cenar, lo mismo da, cumplen siempre las expectativas, salvo si quieren cenar y es domingo, lunes, martes o miércoles, pues lo encontrarán cerrado a cal y canto: Ignacio estará guisando para su mujer e hijos, atendiendo la mesa más importante del mundo mundial, la de su familia.

Muguruza, ¡eres un puto crack!

Atalaia
Hotel-restaurante
Aritz Ondo 69
Barrio de Ventas-Irun
Tel.: 943 635 518
info@hotelatalaia.com
www.hotelatalaia.com

COCINA Todos los públicos
AMBIENTE Campestre
¿CON QUIÉN? Con amigos / En pareja / En familia / Negocios
PRECIO 40 €

2 comentarios en “Atalaia

  1. Ion

    David:Zorionak por tu trabajo en el blogs y en los fogones.Al hilo del gran cocinero Inaxio diré que aparte de gran cocinero,por cierto,he estado en su casa Atalaia celebrando mi 50 cumpleaños con toda la familia.Como no era para menos,todos quedamos encantados.También se hace querer con su manera de empatizar.Desde este espacio te mando un fuerte abrazo.Volveremos.VIVA ATALAIA!

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