Cuestión de fiambre

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He observado que matar siempre da ganas de comer fiambre.

“(…) Matar no da ganas de comer cualquier cosa. Cuando era pequeño, solía ver películas policíacas en televisión. Cuando los hombres empezaban a liarse a tiros entre sí, mi tio decía: «Aquí va a haber mucho fiambre.» ¿Acaso se debe a ese comentario de mi tío? He observado que matar siempre da ganas de comer fiambre. Nada que ver con la charcutería ni con el tartare: carne cocida y luego enfriada. Puedes preparártela tú mismo. Por mi parte, prefiero no complicarme la vida. Compro rosbif frío, pollo asado. Si lo cocino yo, no me gusta tanto, no sé por qué. Recuerdo que después de mi primer periodista, tuve la estúpida idea de calentar el rosbif a ver qué: no me decía nada. Cuando está caliente, la carne sabe a estofado. Cuando está fría, sabe a cuerpo propiamente dicho. Lo he dicho bien: cuerpo, no carne. De la carne, todo me da asco: la palabra y la cosa. La carne es paté, chicharrones, es hombre maduro, mujer expuesta a la intemperie. En cambio, me gusta el cuerpo, vocablo fuerte y puro, realidad firme y vigorosa (…) Nunca deberíamos comer demasiado cuando nos sentimos nostálgicos. Esto genera vértigos románticos, impulsos macabros, desesperaciones líricas. El que se siente a punto de hundirse en la elegía debería ayunar para conservar su espíritu seco y austero. Antes de escribir «Las tribulaciones del joven Werther«, ¿cuánto chucrut con guarnición se había zampado Goethe? Los filósofos presocráticos, que se alimentaban con un par de higos y tres aceitunas, crearon un pensamiento simple y hermoso, desprovisto de sentimentalismo. Rousseau, que escribió la pringosa «Nueva Eloísa», aseguraba que comía «muy ligeramente: excelentes lácteos, pastelería alemana». Toda la mala fe de Jean-Jaques estalla en esa edificante declaración”.

Escrito por Amélie Nothomb.

Crédito fotográfico by David de Jorge