Huevos al jugo

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Brillat Savarin era un pelmazo, sí, pero escribió guapos relatos en su Fisiología.

«Viajaba yo un día con 2 damas a quienes acompañaba hasta Melun. Habíamos salido muy de mañana y llegamos a Montgeron con un apetito que amenazaba con destruírlo todo. ¡Amenazas ilusorias! La posada en la que nos detuvimos, aunque de bastante buen aspecto, carecía de provisiones. Habían pasado 3 diligencias y 2 sillas de postas y, como las langostas de las plagas de Egipto, lo habían devorado todo. Así lo aseguraba el dueño. Entre tanto, veía yo cómo, en un asador, daba vueltas una excelente pata de carnero; las señoras, por costumbre, le lanzaban miradas muy coquetas. Pero perdían el tiempo: la pata en cuestión pertenecía a 3 ingleses que la habían llevado y que la esperaban sin impaciencia mientras bebían champaña. Pero, siquiera –dije al posadero, en un tono entre quejoso y suplicante-, ¿no podríais revolver unos huevos en el jugo de esa pata?. Con unos huevos y una taza de café a la crema nos contentaríamos. ¡Con mucho gusto!, respondió el dueño. El jugo me pertenece por derecho propio. Voy a hacer lo que decís. Y se puso a romper los huevos cuidadosamente. Cuando le vi ocupado, me acerqué al fuego y sacando del bolsillo una pequeña navaja, hice en la pata prohibida una docena de incisiones profundas, por las que salían, hasta las últimas gotas un jugo rubio y sabroso. Después de esta primera operación, me tomé el cuidado de asistir a la preparación de los huevos, por el temor de que alguna inadvertencia redundara en nuestro perjuicio. Cuando estuvieron a punto, los cogí y los llevé a la habitación que nos habían preparado. Allí nos regodeamos y reímos como locos, ya que, en realidad, nos tomamos la sustancia de la pata de carnero, dejando sólo a nuestros amigos ingleses la molestia de masticar los residuos.»

Escrito por Jean Anthelme Brillat-Savarin

Crédito fotográfico by Cookthinker